Una buena forma de enseñar ética a los estudiantes es plantearles dilemas que puedan resolver, en los que se cuestionen las razones y los efectos de las decisiones humanas, sobre todo cuando estas afectan a terceros. Por ello, con una intención pedagógica, me permito proponer el siguiente caso.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Un importante edificio del siglo XVIII funcionaba como una lujosa hospedería para aproximadamente 33 personas. Contaba con todas las comodidades necesarias, pero su mayor valor era el edificio en sí mismo, debido a su importancia como patrimonio histórico y artístico.
En los años noventa del siglo pasado, la UNESCO había declarado el inmueble Patrimonio de la Humanidad, ya que conservaba importantes piezas de arte de valor incalculable. Algunos especialistas se habían dado a la tarea de contabilizarlas, pero la cifra resultó insuficiente para dimensionar su valor, por lo que se acordó que equivalía a la reserva de oro de un siglo para un país promedio.
Una noche, un grupo de terroristas irrumpió en el prestigioso edificio: sometieron al personal, bloquearon las salidas y las entradas, y tomaron como rehenes a los 33 huéspedes. Eran 18 mujeres y 15 hombres. La distribución por edades era la siguiente: 6 niños, 12 adultos y 15 adultos mayores, quienes solo pensaban en ser liberados.
Durante las primeras horas de angustia, ocho personas lograron escapar y relataron lo sucedido en el interior, así como los horrores sufridos a manos del grupo terrorista: historias inimaginables de sometimiento y opresión.
Tras el terrible episodio, comenzó en el poblado la discusión sobre qué hacer y cómo intervenir para lograr una solución. Cada sector sostenía posturas distintas.
La primera propuesta fue ingresar por la puerta principal, pero los maestros ebanistas rechazaron la idea. La madera con la que había sido fabricada provenía de cedros del Líbano, de especies que databan del año 1000, trabajadas con altos relieves y curadas mediante técnicas antiquísimas.
Alguien sugirió entrar por una ventana, pero los vidrios eran de cristal de Murano, con vitrales de colores que permitían el paso de la luz de forma esplendorosa. Los artistas del vidrio se negaron rotundamente, acusaron al equipo de rescate de indolente y la propuesta fue rápidamente descartada.
Otros propusieron aterrizar un dron en un jardín central para lanzar un gas que permitiera la salida de los rehenes. Sin embargo, había plantas exóticas provenientes de África, y no tardó en manifestarse un grupo de científicos para refutar la idea. Había que evitar un ecocidio.
Las demás cadenas hoteleras cercanas prefirieron mantenerse neutrales. Atentar contra el edificio podía sentar un precedente peligroso y, en el fondo, todos eran conscientes de que estaban expuestos a que otro grupo tomara sus propios negocios. La postura fue clara: que cada uno se las arreglara como pudiera.
El dilema consistía en no vulnerar el edificio histórico y en asegurar el patrimonio cultural, bajo el argumento de que lo material puede recuperarse, pero el arte perdido no puede rehacerse.
Un grupo pequeño —muy pequeño—, integrado por algunos familiares y amigos, hablaba de las víctimas. Sin embargo, sus voces eran mínimas. Incluso, a más de uno se le ocurrió decir que, dado que muchos de los rehenes eran personas mayores, debían acostumbrarse a esa nueva vida, pues la muerte pronto los alcanzaría.
Otros, un poco más osados, afirmaban que, al tratarse de un hotel de lujo, seguramente quienes estaban dentro eran personas ricas, y que un rico más o un rico menos no haría diferencia alguna en el sistema depredador neoliberal.
Hasta aquí la historia, que tiene mucho y nada de fantasiosa y resulta absolutamente verosímil. Un dilema que no debería ser dilema, siempre y cuando no se adormezca la conciencia y no convirtamos al mundo en un lugar soberanamente deshumano.
Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey
