Tras un largo pasado colonial, Sudán del Sur es una república independiente tan solo desde 2005. El proceso requirió la prolongación de un conflicto bélico entre el Ejército de Sudán, el ELPS (Ejército para la Liberación del Pueblo de Sudán) y las guerrillas étnicas, al que se puso fin, tras mucho sufrimiento, con el tratado de paz de Naivasha. Un referéndum permitió en 2011 la independencia del país y en 2026 se celebrarán elecciones, en el supuesto de que el actual presidente, Salva Kiir Mayardit, no las aplazara una vez más.
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Como en tantos otros lugares de un mundo herido, en Sudán del Sur sigue creciendo la cosecha anual de las desgracias: hambrunas, fuerte conflictividad tribal (los ‘murle’ contra los ‘nuer’), un 63 por mil de mortalidad infantil, un analfabetismo del 70%, una fuerte censura periodística que elimina a los incómodos, una larga tradición de niños-soldado y graves dificultades para que gran parte de la población tenga acceso al agua potable, a pesar de que el dios Nilo atraviesa de sur a norte el país como una columna vertebral de agua.
Proyecto de las salesianas
Pero parece que es allí donde prospera la desgracia donde también, paradójicamente, la esperanza se sostiene a golpes de ingenio creativo. Las Hermanas Salesianas de Don Bosco lideran un proyecto que parece el milagro actualizado de los panes y los peces: han aprendido a convertir las botellas de plástico usadas en materiales de construcción sostenible. Y han promovido la idea, implicando a las madres desplazadas por el conflicto, a los ancianos de los poblados y a los adolescentes que arrastran el estigma de muchos años de cercanía con la muerte.
La idea se ha llevado también a Nepal, a Nigeria y a Uganda. Una vez rescatadas de la basura, las botellas se rellenan de arena y se convierten en ecoladrillos improvisados. Es la alquimia de la economía circular perfecta, que reduce el impacto ambiental de los plásticos, minimiza el gasto energético y las emisiones de dióxido de carbono, proporciona ingresos a los más desfavorecidos y permite construir habitáculos de bajo coste. Cinco problemas resueltos con un solo gesto de creatividad.
Construir futuro
La hermana Lourdes Hermoso, implicada en el proyecto, describe la iniciativa en términos de esperanza: “No es solo construir casas, sino construir futuro”, explica, aludiendo a que esa esperanza alcanza también a numerosas personas en situación vulnerable que participan en las tareas, mujeres y hombres, ancianos y niños.
Todos son eslabones en una cadena de salvaciones mutuas que pasa por recoger, rellenar, comercializar y distribuir las botellas, que luego los artesanos locales apilarán y revestirán con cemento para garantizar la estabilidad y durabilidad de los muros. Por término medio, se necesitan unas 11.000 botellas para el tipo más común de casa unifamiliar.
Más adaptables y eficaces
Lo sorprendente es que las estructuras arquitectónicas que así se obtienen son extraordinariamente adaptables y su peso es tan ligero y su resistencia tan grande que resultan más eficaces que las tradicionales frente a los terremotos y el efecto aislante de las botellas permite que las viviendas sean también más frescas que las chozas convencionales.
Ante la invitación de Dios a ser hombres y mujeres creadores y creativos y guardianes de la casa común, las respuestas no siempre vienen del Occidente tecnológico ni del Norte autorreferencial. Aquí tenemos una que tiene el sello de la sencillez más ingeniosa y que nos llega desde el Sur, tantas veces lejano y olvidado. Tendremos que repetir como Natanael (Jn 1,46). ¿pero puede venir algo bueno de Sudán del Sur?
N.B.-
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