Alberto Royo Mejía, promotor de la Fe del Dicasterio para las Causas de los Santos
Promotor de la fe en el Dicasterio para las Causas de los Santos

El cura Valera, de los de toda la vida


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Sí, un cura de los de toda la vida, de los que parecen sacados de las páginas más profundas de la tradición de la Iglesia: aquellos hombres forjados en el silencio de los seminarios marcados por el espíritu del Concilio de Trento, donde la disciplina, la oración y la fidelidad eran la argamasa cotidiana. No conocieron las reformas ni los nuevos acentos pastorales del Concilio Vaticano II, con sus novedades litúrgicas, su énfasis en la participación laical y el diálogo ecuménico; no, eran otros tiempos, su mundo espiritual se tejió con otros hilos más antiguos, más silenciosos quizá, pero sólidos como una roca.



Eran sacerdotes de los de aquella época, los que caminaban a pie entre cortijos y aldeas, los que bautizaban, confesaban, enseñaban, consolaban y enterraban con la misma serenidad con la que celebraban la misa al amanecer. Pastores que vivían con sencillez evangélica, que sabían que la vida se cuece en lo pequeño y que la santidad no necesita focos, sino entrega. Su formación clásica les enseñó que el sacerdote es ‘alter Christus’, otro Cristo, y así vivieron: desprendidos, castos, obedientes, entregando todo sin esperar aplausos.

Evidentemente no todos fueron ejemplares, pero muchos sí. A causa de uno de ellos –de los grandes, en su sencillez– la diócesis de Almería se vestirá pronto de gala, al celebrar su beatificación: se trata de don Salvador Valera Parra

Don Salvador nació en Huércal-Overa (Almería, pero en aquella época perteneciente a la diócesis de Cartagena), el 27 de febrero de 1816, era el primero de los cuatro hijos del segundo matrimonio de Diego Valera Gómez, que, viudo y con tres hijos anteriores, se casó con Josefa Parra Carmona. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento en la parroquia de la Asunción, que lo acompañará buena parte de su vida.

Su familia era de origen humilde, labradores y fervientes cristianos, muy dedicados a la caridad. Desde su infancia, también Salvador demostró una profunda seriedad en la práctica de la caridad. Como una “Florecilla” franciscana, leemos en su proceso de beatificación que “su madre ponía la mesa y se daba cuenta de que comida ya la había dado él a los necesitados”. También participaba activa y asiduamente en la vida parroquial.

Su formación inicial fue en el seno familiar. A partir de 1830, residió como alumno externo en Murcia, como huésped en la habitación reservada al capellán del monasterio de las Capuchinas, donde una tía materna era abadesa. Desde 1833 hasta 1840, fue alumno interno en el Seminario de San Fulgencio de Murcia, cursando estudios de humanidades, filosofía y teología. Recibió la tonsura y las órdenes menores, siendo ordenado subdiácono el 20 de diciembre de 1838, diácono el 15 de septiembre de 1839 y sacerdote el 13 de marzo de 1840 en la iglesia de Santa María de Alicante, de manos del Cardenal Francisco Javier Cienfuegos y Jovellanos, arzobispo de Sevilla, que se encontraba allí exiliado.

Restauración absolutista

Hay que recordar que en aquellos años la Iglesia en España vivió una sacudida profunda, marcada por el choque entre el viejo orden confesional y el avance del liberalismo. El Trienio Liberal abrió el ciclo: las Cortes intentaron someter a la Iglesia al Estado, suprimir órdenes religiosas y expropiar bienes, mientras parte del clero reaccionó alineándose con el absolutismo de Fernando VII. Tras la restauración absolutista volvió un corto periodo de restablecimiento eclesiástico, pero ya nada era estable: la Corona utilizaba la Iglesia como apoyo político, y el clero se dividía entre moderados reformistas y los defensores del antiguo régimen.

Francisco Javier Cienfuegos y Jovellanos había sido nombrado obispo de Cádiz el 21 de febrero de 1819 y durante su episcopado gaditano, se destacó como un firme defensor del absolutismo, oponiéndose constantemente a cualquier iniciativa de reforma liberal. Su postura se hizo explícita en una pastoral en la que censuró duramente el levantamiento de Riego en favor de la Constitución de 1812.

Posteriormente, fue nombrado arzobispo de Sevilla el 26 de octubre de 1824, y el 13 de marzo de 1826 fue elevado a la dignidad de Cardenal por el Papa León XII, recibiendo el título de Santa María del Popolo. Su apoyo al carlismo lo llevó al destierro en 1836. Como no podían enviarlo al extranjero sin un proceso más complejo, se optó por una medida común en la época: el destierro interno. Fue trasladado a Alicante, lejos de su base social y de cualquier influencia política. Aunque la pena de destierro fue levantada en enero de 1844, no pudo regresar a su sede arzobispal y falleció en Alicante el 21 de junio de 1847.

cura valera

Don Salvador celebró su primera Misa como acción de gracias en el monasterio de su tía capuchina. Su vida y obra sacerdotal se desarrollaron principalmente en su localidad natal, la parroquia de Huércal-Overa. Inicialmente, fue coadjutor durante nueve años, desde 1840 hasta 1849. Se tenga en cuenta que en aquellos años, entre curas diocesanos y religiosos exclautrados por la situación política en la parroquia de Huércal-Óvera había nada menos que 17 sacerdotes, por lo que no fue recibido con demasiado entusiasmo. Por nueve años se dedicó en el pueblo a predicar, confesar, visitar los enfermos y promover el culto divino con mucho decoro.

Pero ocurrió que en este primer período ministerial, su celo y la fama de virtudes que lo rodeaban despertaron la envidia del párroco y de otros coadjutores. Estos últimos decidieron escribir al Señor obispo insinuándole que la conducta de don Salvador era demasiado liberal, aconsejándole la conveniencia de destinarlo fuera de Huércal. El obispo, que no dudaba de la integridad de don Salvador, decidió no investigar de forma ordinaria, sino acudir personalmente. Una vez allí, leemos que “ante todos le hizo presente a Don Salvador las imputaciones de que era objeto, lo que motivó la natural sorpresa en los calumniadores, y una prueba de la humildad y caridad del santo sacerdote al contestar: ‘Que cuando lo decían sería verdad’”. El obispo, admirado por su humildad, resolvió trasladar inmediatamente al párroco denunciante, permitiéndo a don Salvador continuar en Huércal-Overa.

Solamente se alejó de allí en su juventud sacerdotal por dos años: Entre 1849 y 1851, sirvió como párroco ecónomo de la parroquia de San Lázaro en Alhama de Murcia. Allí sí que fue recibido con gran entusiasmo por la población, que lo recordaría después por su humildad, caridad extrema, y por visitar a los enfermos sin pedir remuneración por sus servicios. Dejó un gran pesar entre los fieles al cesar su servicio allí el 1 de junio de 1851 para volver a Huércal-Overa, pues en aquel año, el mismo en que se firmó el Concordato entre la Santa Sede y España, don Salvador obtuvo por oposición el cargo de párroco de la Asunción en su pueblo natal, que ejerció hasta durante 13 años.

Caridad ejemplar

Su ministerio de caridad fue crucial durante los graves desafíos que enfrentó su comunidad. Su servicio se destacó durante las epidemias de cólera que se repitieron en los años 1855, 1859, 1861, 1865 y 1885, así como durante los terremotos de 1863 que se prolongaron por más de tres meses. Por su labor y vida ejemplar, ya en 1859 recibió la condecoración de Caballero de la Real Orden de Isabel la Católica, que fue sustituida quince días después por una de rango superior, la de la Orden Civil de Carlos III.

Durante la catástrofe de 1863, demostró su firmeza al negarse a abandonar la ciudad mientras aún permanecieran allí los detenidos de la cárcel. En cuanto a las epidemias, su abnegación fue heroica: según la Corporación Municipal, no permitía que ninguno de sus colaboradores confesara o asistiera a los enfermos de cólera, reservándose personalmente esa peligrosa labor. Este testimonio resalta la sublimidad de sus virtudes y su heroicidad en situaciones de riesgo. La misma Corporación Municipal documentó además el cese de los contagios en la zona de Overa tras su visita e intercesión a la Virgen de los Desamparados.

Gratitud de Cartagena

Hubo un período de cuatro años, a partir del 1 de marzo de 1864, en que fue elegido por el Obispo para ejercer como párroco ecónomo en la parroquia de Nuestra Señora de Gracia en Cartagena, la más grande de la diócesis, sin renunciar a su parroquia de Huércal-Overa. Allí acudió tras mucha insistencia del obispo debido a las “especialísimas circunstancias de aquella ciudad que requiere un hombre de la buena nota que tiene este eclesiástico”.

En Cartagena, Don Salvador fue amado por el pueblo. Se hizo célebre su intervención en 1865 durante una revuelta en la cárcel de la ciudad, donde logró restablecer la paz y la reconciliación con su sola presencia. El Ayuntamiento de Cartagena, en señal de gratitud, le ofreció un cáliz de oro al regresar a Huércal-Overa, el 21 de noviembre de 1868.

Tras el triunfo de la revolución, el 26 de septiembre de 1868, el General Prim visitó la Cartagena, donde las autoridades civiles y militares le informaron sobre las insignes virtudes del párroco don Salvador. Prim, impresionado, manifestó su deseo de llevar al Cura Valera consigo a Madrid, pero éste solo le pidió una cosa: la gracia de poder regresar a su amada villa de Huércal-Overa.

A su regreso a la parroquia de la Asunción, fue recibido con gran alegría, no se habían olvidado de él. Su ministerio se reanudó en el contexto especialmente difícil del “Sexenio Revolucionario” (1868-1874), período de profunda hostilidad y ruptura para la Iglesia en España, marcando uno de los momentos más tensos en las relaciones no fáciles entre la Iglesia y el Estado del siglo XIX. Se caracterizó por una rápida y radical aplicación de medidas anticlericales y laicistas.

Sacerdote de Almería reconocido como santo

A lo largo de su ministerio sacerdotal, Don Salvador se distinguió por su dedicación a la cura de almas. Los testimonios de su época concuerdan en su intenso trabajo pastoral a través de la predicación, la celebración de los sacramentos, con especial atención a la Eucaristía, y las largas horas dedicadas al confesonario para promover la conversión. También se esforzó por la formación de niños y jóvenes y se opuso al matrimonio civil. Años más tarde, un obispo de Cartagena, quien luego sería arzobispo de Valencia y Cardenal, presentó al Cura Valera como modelo, diciendo durante unas ordenaciones sacerdotales: “Solo os pido que os miréis en el espejo que tengo en Huércal-Overa, en el cura Salvador Valera Parra, en cuyo espejo se mira también vuestro obispo”.

Fundó en 1885 en Huércal-Overa una casa de acogida para ancianos que aún existe, obra social que realizó junto a Santa Teresa de Jesús Jornet (1843-1897), la fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que en dicha ocasión visitó el pueblo.

Durante los dos últimos años de su vida, don Salvador sufrió diversas enfermedades sin quejarse de los dolores. Hizo testamento el 14 de noviembre de 1887, reflejando su caridad para con los necesitados y murió el 15 de marzo de 1889, a los 72 años, en la casa parroquial de Huércal-Overa, a causa de un catarro intestinal. Se afirma de él que “vivió como un asceta y murió como un justo” y leemos en su proceso de beatificación que fue “implacable para consigo; sobrio como un ermitaño, duro con su cuerpo macerado por el cilicio, cuyo uso negó siempre a los demás; afable en el trato, indulgente hasta la exageración en el tribunal de la penitencia; caritativo hasta el punto de darlo todo, enjuto hasta la demacración”.

Tras la noticia de su fallecimiento, el pueblo acudió en masa para rendirle homenaje. Su cuerpo fue expuesto durante cuatro días, y la gente le quitaba los ornamentos como reliquias, al punto que “se lo debió vestir más de una vez”. A petición de los fieles y con el consentimiento de las autoridades, el cadáver fue embalsamado y sepultado en la misma iglesia parroquial. La lápida que todos estos años ha cubierto su tumba lleva la inscripción: “Amado de Dios y de los hombres”.

Santidad

Su fama de santidad y las gracias obtenidas por su intercesión no han cesado desde entonces. Su memoria ha permanecido viva y honrada por el pueblo y las autoridades civiles de Huércal-Overa a lo largo del siglo XX y hasta la actualidad. Dicha fama llevó en 1954 a proponerlo para la gloria de los altares, en un proceso que ha llegado a un punto clave con la aprobación de un milagro atribuido a su intercesión.

Efectivamente, el 20 de junio de 2025, el Papa León XIV firmó el decreto que reconoce la curación inexplicable de un recién nacido en Rhode Island, Estados Unidos, ocurrida en 2007: un bebé, que había nacido prematuramente y sin pulso, se salvó milagrosamente después de que el médico que lo curaba, paisano del Cura Valera –y que recordaba la devoción que le tenían sus padres–, elevara una oración espontánea y urgente pidiendo su intercesión. La curación fue total, sin dejar ninguna secuela física o neurologica, y esta intervención milagrosa ha abierto la puerta a la beatificación del buen párroco.