Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

El acróstico de la alegría


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Qué difícil resulta en estos días desligarse de la desolación, de la desesperanza, de la nube gris que nos ronda cuando hay tantas evidencias que nos llevan a focalizarnos en ella. Al recrudecimiento de la pandemia, las nuevas cepas y la desigual repartición de las vacunas, con sus consecuentes enfermedades y muertes, se van sumando problemas de siempre que se han amplificado durante los últimos meses. Me refiero, entre otros, a la inestabilidad política, a los problemas económicos, a los conflictos sociales, a la violencia intrafamiliar, a la discriminación, a la crisis religiosa…



Para cualquier persona es válido preguntarse: ¿cómo seguir viviendo en la alegría? ¿Cómo dar testimonio de la alegría de la que nos habla Jesús? En este breve artículo quiero aportar con un acróstico que nos puede inspirar y, de paso, renovar el gozo de estar vivos y seguir adelante con fuerza y voluntad.

Cada uno el suyo

¿Qué es un acróstico? Es el ejercicio de tomar las letras que conforman una palabra y, con cada una de ellas, hacer una relación libre con frases o conceptos que la caractericen o constituyan. La palabra elegida es: alegría. Ojalá, cada uno pueda hacer su propio acróstico con la palabra alegría para ver de dónde se nutre en lo profundo, cuáles son las fuentes de fortaleza interior y sabiduría, cuáles son sus llaves de acceso al Dios Trinidad de Amor.

Para iniciar este juego de palabras y conformar una nueva realidad, quiero compartir con ustedes mi propia creación con diferentes actitudes que, al hacerlas conscientes y encarnarlas, quizás nos puedan ayudar a todos a estar más alegres, agradecidos y felices, sin importar las circunstancias que nos toque enfrentar. Veamos con cada una de ellas para ver qué cómo nos resuenan en el corazón.

  • A de Astucia: en tiempos revueltos y confusos, no hay que confundir el estar alegres con ser ingenuos ni ilusos. Hay unos pocos en el mundo, pero que hacen mucho ruido, queriendo aprovecharse y hacer daño a los demás. Por lo mismo, tener esperanza y estar alegres exige ser astutos como serpientes y mansos como palomas. Estar atentos, esperar, ver la oportunidad para actuar, dedicarle tiempo al autoconocimiento y al de los demás, optar siempre por la paz y bajar la frecuencia agresiva y egoísta, en una actutud colaborativa y fraternal.
  • L de Libertad Interior: siempre tendremos la posibilidad de elegir cómo vivir y enfrentar las dificultades, aun cuando estemos presos y seamos víctimas de los peores horrores. La libertad interior consiste en actuar en coherencia con lo que somos, con nuestras creencias y principios, sin dejarnos secuestrar por pensamientos tóxicos ni manipulaciones de otros, que quieren sembrar el miedo y la destrucción. Que siempre ordenemos nuestro pensar, sentir y actuar conforme a la decencia y el bien común, sin dejarnos llevar por la tentación del individualismo. Esta actitud nos llenará de alegría profunda, sin eximir los sufrimientos o adversidades que nos toque navegar.
  • E de Entusiasmo: entusiasmo viene de ‘En Theos’; del latín, ‘en Dios’. Saber que somos sus hijos e hijas, amados, creados por amor y para el amor y que, pase lo que pase, jamás estamos solos y siempre contaremos con su protección. De ahí mana la esperanza de que el mundo y la humanidad, con nuestra ayuda como instrumentos, siempre pueden ser más humanos y mejores.
  • G de Gozo: vivir cada día con el asombro de un niño es un camino de dicha que no podemos subestimar. Agradecer y gozar del café, de los que viven con nosotros, de la salud, de una bebida con gas, de la suavidad de un pañuelo, de una música bella, del vuelo de un colibrí, del aroma a mar, del abrigo de una chimenea, son la suma de miles de pequeños regalos que no son evidentes para muchos. Darse cuenta de que todo es gracia y bendición nos puede llenar de alegría por el mero hecho de estar respirando y tener la oportunidad de seguir percibiendo todo lo bello, bueno y verdadero que nos rodea.
  • R de Resiliencia: junto a la resistencia, son dos actitudes que no son contradictorias si las comprendemos bien. En primer lugar, con la resiliencia me refiero a la capacidad de adaptación y flexibilidad permanente frente al cambio y la fuerza para volver a erguirnos en optimismo y fe una vez que la vida nos ha “doblado”. Con resistencia no me refiero a resistir la realidad y no aceptarla, sino a organizar en cada uno una resistencia amorosa que luche contra la desolación, la desesperanza y el negativismo imperante en los medios y en la sociedad en general. Hacer la resistencia es seguir firmes en el propósito de que la vida es bella, que vale la pena vivirla y que todo aquello que no nos mate solo nos fortalece y nos da la oportunidad de aprender y ser mejores seres en relación.
  • I de Interioridad: una forma de conservar y fomentar la alegría de la vida tiene que ver con cultivar nuestro mundo interno con una disciplina amorosa, acorde a nuestra realidad y necesidad. Buscar los medios para alimentar el espíritu es fundamental, garantizar ciertas pausas y momentos de silencio y conexión es requisito para que las semillas crezcan. Contemplar a Dios en todo y en todos también es un chocolate para el alma, desde la nieve de invierno a la brisa salada del mar. Asegurar momentos de diálogo con nosotros mismos, con Dios y pedir por los que sufren también es un modo de llenar el corazón de energía fresca y cristalina para compartir con los demás. La interioridad supone un trabajo espiritual –una ascesis– para lograr tener una vivencia mística que le dé sentido a lo que nos toque atravesar.
  • A de Amorismo: la mayor alegría brota como “fuegos artificiales” en el corazón de todos cuando el Amor es el único modo de relación. El amor a uno mismo, a los demás y a la creación es la revolución más bella que podemos realizar para vivir en la alegría y la paz. Quien se ordena día a día para amar y servir, siembra y cosecha abundante alegría y puede compartirla con todo y con todos los demás.

¡Contagiemos a todos con la alegría del Señor, creyendo y creando un mundo mejor!

Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo