Cuidar la Creación es una respuesta concreta a la fe y un compromiso con la obra de Dios. Las lecturas de este domingo octavo Durante el Año, nos invitan a abrir los ojos y el corazón para reconocer en la naturaleza un reflejo del amor divino y nuestra responsabilidad de protegerla. Profundicemos en la liturgia de la Palabra para este domingo:
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El Fruto de una Vida Arraigada en Dios
La lectura del libro del Eclesiástico 27, 4-7 nos invita a reflexionar sobre la relación entre la palabra y la autenticidad del ser humano. Así como el árbol bien cultivado da buenos frutos, la Creación responde al trato que le damos: si la cuidamos, florece en belleza y sustento; si la descuidamos, se degrada y pierde su vitalidad.
Nuestra manera de hablar y actuar frente a la naturaleza refleja quiénes somos, pues nuestras palabras deben traducirse en acciones concretas de respeto y protección del entorno. Así como el horno prueba los vasos del alfarero, la crisis ecológica pone a prueba nuestro compromiso con la casa común. Por ello, somos llamados a ser responsables y conscientes en nuestro diálogo con la creación, promoviendo una cultura del cuidado basada en la coherencia entre lo que decimos y hacemos.
Gratitud y Cuidado de la Creación
“Es bueno darte gracias, Señor” es la antífona del salmo responsorial que nos invita a reconocer la bondad de Dios en la naturaleza, donde el justo es comparado con la palmera que florece y el cedro del Líbano que crece con firmeza. Así como estos árboles necesitan tierra fértil y agua pura para mantenerse frondosos, nuestra Casa Común requiere de nuestro cuidado constante para seguir dando vida y esperanza.
Proteger el medioambiente es un acto de gratitud a Dios, quien nos confió el don de la Creación. Si permanecemos arraigados en Él, como árboles en los atrios del Señor, seremos testimonio de su justicia y fidelidad, cultivando una relación armoniosa con la naturaleza.
Transformación y Responsabilidad Ecológica
La lectura de la primera carta a los Corintios nos invita a mirar la transformación que Dios nos promete, una renovación que nos llama también a transformar nuestra relación con la Creación. Si lo corruptible se revestirá de incorruptibilidad, estamos llamados desde ahora a cuidar lo que Dios nos ha confiado, protegiendo la naturaleza de la corrupción del pecado ecológico que destruye la vida.
La victoria sobre la muerte nos recuerda que la Creación está llamada a la plenitud, no a la devastación. Por eso, permanecer firmes e inconmovibles en la obra del Señor implica trabajar, protegiendo los ecosistemas, reduciendo la contaminación y promoviendo el respeto por toda forma de vida.
Coherencia y Justicia en el Cuidado de la Naturaleza
El Evangelio según san Lucas nos invita a una conversión profunda del corazón, que también implica nuestro compromiso con el cuidado de la Creación. Jesús nos advierte sobre la ceguera espiritual y la hipocresía, recordándonos que antes de señalar el daño que otros hacen al medioambiente, debemos revisar nuestras propias acciones.
Muchas veces exigimos cambios sin asumir nuestra responsabilidad en la contaminación, el consumo excesivo o la indiferencia ante la degradación de la naturaleza. Además, Jesús usa la imagen del árbol y sus frutos para mostrarnos que una vida en armonía con Dios debe dar frutos buenos, lo que incluye una relación responsable y justa con la Casa Común.
Si queremos cosechar un mundo sano y sostenible, debemos sembrar justicia ecológica, reduciendo el desperdicio, protegiendo la biodiversidad y promoviendo el respeto por toda la vida creada por Dios.
A modo de cierre
El llamado a cuidar la Creación es una expresión de nuestra fe y gratitud a Dios, quien nos confía su obra para que la protejamos con responsabilidad. Como discípulos de Cristo, no podemos ser ciegos ante el daño ecológico ni hipócritas en nuestra relación con la naturaleza; nuestras acciones deben reflejar la justicia, el amor y el respeto por la Casa Común.
Así como un árbol se conoce por sus frutos, nuestras decisiones cotidianas deben generar vida y armonía con el entorno. Permanecer firmes en esta misión es parte de nuestra esperanza cristiana, sabiendo que Dios nos llama a una transformación que empieza con gestos concretos de cuidado y compromiso ecológico. Como nos recuerda el Papa Francisco: “No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada” (LS 67). Acojamos con alegría este don y seamos fieles guardianes de la Creación, proclamando con nuestra vida: ¡Es bueno darte gracias, Señor!
Por Marcial Riveros Tito. Teólogo y Contador Público
Foto: Pixabay