Después de tres noches, las mujeres fueron con los ungüentos al sepulcro. Embalsamar es mantener la apariencia y que, a ser posible, externamente nada cambie, aunque ya no palpite su corazón. Y es que nos empeñamos en paladear eternamente los viernes santos.
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Tras aquel suplicio sin sentido, sus seguidores se escondieron en una huida hacia la oscuridad de sus casas, con las puertas y ventanas cerradas, abrigados por el miedo a la muerte. Dos de ellos, al atardecer de aquel día, regresaron a su pueblo, como un camino de vuelta, y no de conversión, con la tragedia impresa en la retina, buscando el acomodo, volviendo a sus rutinas, a nuestros individualismos egoístas, a la comodidad cotidiana, discutiendo entre ellos. Quizás tenían bastante clara la oculta razón de su esperanza, tan humana, ante aquel “profeta poderoso en obras y palabras”.
Creo que, como a Judas, a la madre de Santiago y Juan, y tantos otros, se les desmoronaron sus expectativas, convirtiendo su diálogo en discusiones estériles. “Que lentos sois para comprender…”. Se negaban a significar los acontecimientos vividos para, al final, plegarse sobre sí huyendo hacia la oscuridad. Y es que muchas veces, ¡tantas!, escuchamos su Palabra, pero nos mantenemos en nuestros postulados, porque “nosotros teníamos la esperanza…”.
Han pasado ya unos días después de encender la Luz en la noche, de cantar el Pregón Pascual, de la solemnidad y los aleluyas, de tanta explosión ante una tumba vacía, y da la sensación de que seguimos en las rutinas de siempre, en las discusiones vacías de sentido, otra vez en una vida cotidiana sin chispa, de corazones apagados, arrastrando nuestras desesperanzas, nuestros futuros fallidos, pero sin responder a la pregunta esencial después de celebrarle vivo: y ahora, ¿cuál es la razón de mi existencia?
Una nueva oportunidad
Solo la vida comunitaria, en torno a la mesa, descubriendo a Cristo partiendo el pan, entregando su vida para que la prodiguemos nosotros, siendo miembros de su Cuerpo, dejando prender de nuevo el fuego de su amor en nuestro corazón, difundiendo la luz en la oscuridad, nos sacará de una vida anodina, de discusiones estériles, de envidias malsanas, de orgullos estancados. Solo así es posible que resucitemos con él.
Cada Pascua debería recomenzar un tiempo nuevo en nuestras vidas, en nuestra Iglesia, con quienes nos rodean. Pero me temo que la tierra llama a la tierra y nos encontramos desconcertados con las vasijas de los ungüentos en nuestras manos, frente a una tumba vacía, en un intento frustrado de embalsamar de nuevo un cadáver. Si como las mujeres nos diéramos la vuelta para anunciar a todos que vive… ¡Ánimo y adelante!