Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Desierto florido en el alma


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En el desierto más árido del mundo, cada ciertos años se produce un extraño fenómeno de lluvias invernales que en primavera hace salir de sus entrañas, aparentemente yermas y deshabitadas, un festín de colores a la superficie. Cada esquina del paisaje del norte de Chile, antes ocre y despoblado, se reviste con la más diversa flora de especies que han aguardado bajo tierra esta oportunidad para germinar, crecer y volver a echar semillas para una nueva oportunidad. Es un regalo de esperanza, de belleza y de certeza de que la vida es más fuerte que la muerte que sobrecoge en el silencio del infinito de la soledad. Grita Dios en el desierto, que nunca se rendirá.



Al contemplar conmovida este milagro expresado en cientos de flores que compiten en formas, aromas y diseños de una bienal, es inevitable pensar en la propia alma y su posibilidad de reverdecer y llenarse de vida una vez que acabe la sequía espiritual.

Diversas sequías

Como humanidad, llevamos ya varios años de estrés acumulado que no debemos subestimar. Cada país, con sus crisis, a lo que se suman la crisis internacional de la pandemia, la guerra, la crisis ecológica, la energética y los fenómenos de la naturaleza que nunca nos dejan de asustar. A eso se añaden las problemáticas económicas como la inflación, los cambios sociales, el hambre, el narcotráfico, la migración forzada y tantos conflictos que nos superan en capacidad.

Por todo ello, es probable que nuestra psique esté en estado crítico de resiliencia y estemos sufriendo una profunda sequía espiritual. Se manifiesta normalmente en irritabilidad y conflictos relacionales de todo ámbito, en pérdida notable de la confianza en los otros, en un aumento del individualismo y narcisismo, así como de las enfermedades mentales y la somatización de ellas. Hay una generalizada desesperanza e incertidumbre.

Las semillas de nuestras entrañas

Tomando la metáfora del desierto chileno, es esperanzador pensar que en nuestro corazón (colectivo y personal) sí están todas las semillas para volver a renacer como humanidad. Tenemos el potencial para volver a recuperar los colores, las formas, los aromas que sí nos hacen bellos, buenos y verdaderos en nuestra relación como hermanos, pudiendo dejar el consumismo, el rendimiento y la competitividad feroz atrás. Sin embargo, debemos ver por dónde encontrar las fuentes de agua que nos vuelvan a irrigar.

Las evidencias confirman que el camino de la separación, de la ley de la “selva” donde cada uno lucha por su propio pedazo y ganancia, no resultó. Las nuevas fuentes que permitirán irrigar de vida a la humanidad para que del paisaje desértico que hoy contemplamos vuelvan a florecer, son la colaboración y la solidaridad. Hay que educar desde la más tierna infancia la interdependencia entre todos y todo. Somos un solo cuerpo con distintos miembros y eso incluye a todos los seres humanos, los seres vivientes y todo el entorno.

El verdadero amor

Ya no nos podemos relacionar con la creación como un objeto a depredar, sino como un lactante a quien debo cuidar. No me puedo relacionar con los demás como cosas a quienes uso, sino como iguales a quienes debo tratar con el mismo respeto y amor que deseo para mí. En el fondo, la gran fuente de “agua” que debemos ir descubriendo y esparciendo por todas partes es el amor como modo de proceder. No es el amor romántico, sino aquel modo de proceder donde considero, valoro y cuido al otro como a mí mismo.

Una de las cosas más asombrosas de contemplar del desierto florido chileno es cómo conviven todo tipo de flores, cactus, suculentas, pastos, pequeños roedores, insectos, reptiles y aves en perfecta sincronía y armonía. Es tal la cantidad de colores y formas que combinan como un mosaico perfecto sin espantar ni cansar. No hay patrones ni un molde establecido en este verdadero jardín celestial. Todo crece a su ritmo, ocupa su espacio y se complementa en su gracia con su vecino sin molestar.

Danza natural

Esa danza tan natural de la flora y la fauna también es una tremenda lección para nosotros como humanidad. Nadie sobra y la belleza está en la diversidad. Ninguna flor, por más llamativa o bella que sea, le quita escenario a las demás. Las pequeñas cumplen su rol, así como el imponente chagual. Ojalá fuéramos un poco más como ellos en nuestro modo de proceder relacional.

Quizás falta un tiempo para ver el desierto de la humanidad lleno de colores y flores como el desierto que ahora se puede contemplar de modo literal, pero al menos cuidemos las semillas, busquemos fuentes de agua y contemos con la certeza de que está la posibilidad. Puede que nosotros no lo veamos, pero estamos sentando las bases para que nuestros hijos o nietos sí lo puedan ver y cuidar.