¿De verdad que nadie se va a quedar atrás?


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Hemos escuchado hasta la saciedad a los miembros del Gobierno decir que nadie se iba a quedar atrás en la salida de esta pandemia del coronavirus. Se lo hemos oído decir prácticamente a todos los ministros en una ocasión u otra. Incluso en Vida Nueva Digital se lo hemos leído recientemente a Juan Carlos González, coordinador federal de Cristianos Socialistas: “El trabajo del Gobierno de España por no dejar a nadie atrás está siendo encomiable y muy poco valorado”.



La “polis”

Sin embargo, son ya decenas de miles de personas –cerca de 27.000, según las cifras oficiales; aproximadamente 40.000, según una estimación más realista– las que ya, de hecho, se han quedado irremisiblemente atrás, haciendo que España ocupe tristemente unos de los primeros puestos –si no el primero– entre los países del mundo que más muertos tienen por millón de habitantes.

El problema es que no se puede funcionar a golpe de eslóganes y consignas que más parecen diseñadas por gabinetes de “expertos” sociólogos, demógrafos o publicistas que por personas que se entregan limpiamente a la tarea de la gestión de los asuntos públicos y “políticos” (es decir, que tienen que ver con la “polis”).

En la Biblia, un caso llamativo de funcionamiento con eslogan lo encontramos en la profecía de Jeremías. En el año 609 a. C., el profeta es urgido por Dios a situarse en la puerta del Templo para que inste a los que allí entran a comportarse conforme a las exigencias de la alianza. Una de las críticas que hace Jeremías a los que entran en el santuario es que profieren un eslogan, a modo de jaculatoria, que expresa una tranquilidad engañosa: “¡Templo del Señor, templo del Señor, templo del Señor!” (Jr 7,4).

La denuncia profética consistió básicamente en denunciar una actitud que disociaba el comportamiento “civil” (con los otros) del “religioso” (con Dios). Según parece, algunos pensaban que bastaba “cumplir” con Dios para contar con su aprobación, para experimentar su salvación, olvidando que la alianza tiene dos direcciones: vertical (relación con Dios) y horizontal (relación con los demás).

Es lo que tiene actuar a base de consignas y frases hechas.