Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

De Eurovisión al Sínodo de la Sinodalidad


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Últimamente andamos un poco revolucionados en cuestiones de votaciones. Hace poco se ha aprobado la reforma laboral de forma bastante anómala, entre errores telemáticos y rupturas en la disciplina de partido. Unos días atrás se produjo una polémica aún mayor en el festival de Benidorm. En este caso, el revuelo vino dado por el formato de elección. Se quiso ofrecer un sistema que, aparentemente, daba voz y poder a la decisión del público, pero, a la hora de la verdad, un jurado supuestamente experto en cuestiones musicales fue el que decidió quién representaría a España en Eurovisión, contradiciendo de forma llamativa la decisión del público. Estas anécdotas cotidianas y la polvareda social que levantan me hacen pensar en cómo gestionamos la capacidad de decidir y cuánto nos dejamos afectar por opiniones distintas a las nuestras.



Los “jurados de expertos”

No puedo evitar que me dé cierto miedo que el festival de Benidorm se convierta en una premonición de aquello en lo que puede convertirse el proceso sinodal que vivimos en la Iglesia. Como en el concurso musical, también en este caso se nos pide a todos los bautizados que opinemos, que respondamos a preguntas y que demos voz a las inquietudes y llamadas que descubrimos. Tomarnos en serio esta tarea es importante, pero no podemos olvidar que la toma de decisiones final sigue estando en otras manos. Siempre tendrán la opción de acoger la opinión de los otros y permitir que remodele sus convicciones o, al contrario, aferrarse a sus propias consideraciones y mantener inamovibles sus ideas previas al modo de ese “jurado de expertos” que ha sido tan criticado. No pretendo ser negativa, pero tenemos que reconocer este riesgo real.

Rigoberta Bandini 2

No hace falta ser políticos, jurados de expertos en un festival de música u obispos para buscarnos las artimañas necesarias para que nuestra opinión prevalezca sobre cualquier otra. Además, lo hacemos convencidos de que es la mejor opción y de que aquello que nos conviene a todos coincide exactamente con lo que consideramos adecuado. Por más dialogantes que deseemos ser, siempre hay un ámbito en el que no cedemos ni un ápice, bien por convicción profunda o bien por incapacidad de escuchar y acoger a quienes opinan de modo distinto. Diferenciar cuándo se trata de un motivo y cuándo de otro es muestra de sabiduría. Tampoco Jesús renunció en nada a sus certezas más profundas sobre el Padre y el Reino, pero sí permitió que una mujer pagana trastocará su lógica y le mostrará con su fe que la Buena Noticia no podía quedarse restringida a Israel (cf. Mc 7,24-30). ¿Seremos nosotros capaces escuchar lo diverso de igual manera?