De Babel a Pentecostés: a propósito de polarizaciones


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Me tiene desde hace tiempo en estado de colapso la preocupante polarización que nos está asfixiando. Me altera y me destroza el alma la situación que estamos viviendo en Colombia, mi país: la polarización está jugando un papel importante y no sé, francamente, qué pensar y que opinar. Llevamos tres semanas y casi cuatro de protestas, bloqueos de carreteras, vandalismo en las ciudades, muertes y dolor nacional; sobre todo, enfrentamiento de interpretaciones polarizadas para las cuales no encuentro explicación: solo sé que son peligrosas, altamente peligrosas, y no se ve una luz al final del túnel.



Me pregunto también qué pasa en el mundo y sobre el porqué de enfrentamientos en la Iglesia católica que son lamentables y hacen daño. Y no encuentro explicaciones sino la confirmación de que no son buenas, como escribió el papa Francisco en su encíclica ‘Fratelli Tutti’, señalando entre las “diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros”, que “en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar”, y que “se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos” (FT 15).

Una persona sostiene una pancarta durante la Marcha del Silencio en Cali, pidiendo que cese la violencia en Colombia. EFE/ Ernesto Guzmán Jr

Quizá puede haber enfrentamientos que tengan alguna explicación, aunque nada puede justificar la violencia y sus dolorosas consecuencias. No la hay para enfrentamientos a causa de nacionalismos exacerbados que degeneran en guerras civiles. Tampoco encuentro explicación para enfrentamientos a causa de posiciones partidistas a favor o en contra de una figura política que llevan, incluso, a la decisión de no vacunarse contra el Covid-19 como los trumpistas en Estados Unidos. Menos aún para enfrentamientos entre hinchas de equipos de fútbol que dejan a su paso destrozos en las ciudades. O para enfrentamientos que no tienen pies ni cabeza en los que los unos culpan de todo lo que pasa a un fantasma que se llama “la izquierda” mientras quienes militan en sus filas le echan la culpa al otro fantasma: “la derecha”. Definitivamente no puede haber explicación que justifique enfrentamientos en la Iglesia entre quienes tienen miedo a los cambios porque están a gusto con las cosas como están y los que están –o estamos– en favor de la conversión eclesial que el papa Francisco propone.

La situación colombiana

Y no logro encontrar explicación para los enfrentamientos actuales en mi país, distintas de una historia de violencia entre partidos políticos y, recientemente, un proceso de paz que desató aún más la polarización entre sus partidarios y sus enemigos. Este nuevo capítulo de enfrentamientos comenzó con protestas de jóvenes por falta de oportunidades, de soñadores por el cambio climático y la deforestación de los bosques, de indígenas por la situación que viven desde hace 500 años, de una población mayoritaria que no logra satisfacer las necesidades básicas, y a la protesta se sumaron las voces de quienes no simpatizan con una u otra medida del gobierno y otras tantas que protestan por protestar.

Hasta aquí, todo iría bien: son movimientos populares que el papa Francisco interpretó en su encíclica ‘Fratelli Tutti’ como experiencias de solidaridad que crecen desde abajo “con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común” (FT 169). Pero de la protesta justa hemos pasado en Colombia a una ola de disturbios: encapuchados disparan bombas incendiarias mientras la fuerza pública dispara gases lacrimógenos y no faltan balas perdidas, balas letales; incendios de instalaciones de la policía y destrucción de medios de transporte masivo; ciudades sitiadas y regiones donde escasea la comida y no se consigue combustible, lo que se hace aún más doloroso para quienes lo viven en carne propia.

Las interpretaciones de los hechos

Sobre todo, hay enfrentamiento en las interpretaciones de los hechos que, repito, son peligrosas, hacen mucho daño. Circulan verdades a medias, mentiras amañadas para crear desconcierto, frases despectivas y ataques personales directos para referirse a quienes no comparten la misma opinión. De lado y lado. Y reina la desinformación o la información sesgada, parcializada. Se habla, por ejemplo, de una organización internacional y que las órdenes vienen del Palacio de Miraflores, en Caracas, que cuentan con el respaldo del llamado castrochavismo. Se le echa la culpa del desorden que tiene a Colombia en esta encrucijada a la infiltración de actores ilegales como la guerrilla del ELN y las disidencias de la antigua guerrilla de las Farc, los carteles del narcotráfico y de bandas criminales. Se declara a la institución –el Estado y sus componentes– como el enemigo contra el que hay que luchar y al que hay que vencer.

Lo peor es que las salidas violentas no tienen buen augurio pues suelen abrir la puerta a regímenes dictatoriales de derecha o izquierda pero igualmente nocivos y no faltará el líder mesiánico –de derecha o de izquierda, también– que aproveche la situación para pescar en río revuelto en favor de sus propios intereses. En fin, son momentos de una peligrosa polarización los que estamos viviendo en Colombia.

¿Por qué la polarización?

Esta polarización a nivel de muchos países o a nivel de la Iglesia, repito, me genera angustia y no es la primera vez que trato de entender ¿cuál es el lente desde el que miran la vida?, ¿por qué unos prefieren los cambios y otros los rechazan?, ¿por qué hay quienes se dan cuenta de las injusticias y quienes sienten que su deber es defender las instituciones a como dé lugar?, ¿por qué los unos se identifican como “los buenos”, creyendo que actúan correctamente, y miran a la contraparte como “los malos” y juzgan sus acciones de incorrectas?, ¿por qué hay quienes manipulan y hay quienes se dejan manipular?, ¿por qué tanta gente reenvía mensajes incendiarios a través de las redes y por qué hay gente que los escribe e inicia la cadena?

La teoría, de pronto, me dice que, a diferencia del mundo animal, en el que el comportamiento viene dado por la naturaleza, los seres humanos nos movemos en un entorno cultural que condiciona, los modos o patrones de pensar y saber, hacer y obrar, de relacionarnos y de ubicarnos socialmente, los símbolos que expresan identidad y los sistemas de creencias, como también la manera de ser hombre y de ser mujer, más allá de los datos biológicos que determinan a los seres vivientes como macho o hembra.

Me dice, además, que estamos envueltos tanto emocional como intelectualmente en el entorno social y las circunstancias personales, que la percepción e interpretación que hacemos de la realidad o de las demás personas están condicionadas por dichas circunstancias personales y sociales, como son la ubicación dentro de la sociedad, las condiciones económicas, la edad y el sexo, el poder que ejercemos o que nos es negado, los privilegios que detentamos o la opresión de la que somos víctimas; y que, por eso, inconscientemente, la mirada que tenemos y la posición que asumimos responde tantas veces a la repercusión de los hechos –cualesquiera que sean– sobre el bienestar personal o del grupo al cual pertenecemos. Por eso la verdad se tergiversa con tanta frecuencia. Se manipula. Se degrada. Se tuerce.

De Babel a Pentecostés

En la celebración de Pentecostés me he puesto a pensar en la polarización que hubo en Babel y que según el relato del Antiguo Testamento truncó el proyecto que para ser famosos habían iniciado de construir una torre que llegara hasta el cielo. Pienso, sobre todo, en el acontecimiento que narra el Nuevo Testamento, cuando el Espíritu de Dios llenó los corazones de un pequeño grupo de hombres y mujeres que se habían reunido, con María, para orar y luego llenó los corazones de una multitud proveniente de todos los rincones de la tierra que estaba reunida en Jerusalén y que gracias al soplo del Espíritu llegaron a tener “un solo corazón y una sola alma” porque fueron capaces de vivir la solidaridad y moverse para dar solución a las necesidades y carencias.

Por eso pienso, también, en las palabras que escribió el papa Francisco en ‘Fratelli Tutti’: “La afirmación de que todos los seres humanos somos hermanos y hermanas, si no es solo una abstracción, sino que toma carne y se vuelve concreta, nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones” (FT 128).

Rezo. Es lo único que se me ocurre. Rezo, como colombiana, para que el Espíritu de Dios transforme los corazones y los espíritus de manera que los unos puedan reconocer los reclamos y responder a ellos mientras los otros caen en la cuenta que generando inseguridad terminan haciéndose daño ellos mismos en el largo plazo. Rezo porque se desarmen los corazones y se pueda dialogar en el respeto y la diversidad. Rezo por un cambio que permita la convivencia. Amén.