Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Cristianos… ¿y estreñidos?


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Tengo una amiga que dice que hay demasiada gente estreñida por el mundo. Como es de imaginar, no se trata de una experta en el ámbito sanitario, ni está haciendo una reflexión en voz alta sobre la cantidad de personas que tienen dificultades de tránsito intestinal o la poca fibra que se introduce en la dieta. El comentario viene a colación cada vez que alguien hace un alarde de trato desagradable o ataca de manera gratuita a quien pilla por medio. Quizá no se trate tanto de que sean muchos esos que se mueven por la vida con el gesto y las formas propias de un estreñimiento crónico o de una úlcera gastroduodenal sangrante, pero lo que sí parece claro es que hacen mucho ruido y que han encontrado un espacio de florecimiento y desarrollo en las redes sociales.



Es probable que sea una percepción subjetiva, pero el hecho es que tengo la sensación de que el ambiente social cada vez está más crispado, las posiciones más polarizadas y cada vez más mermada la capacidad de diálogo sereno y constructivo entre los distintos. No voy a entrar en la conveniencia política de este ambiente social, que favorece a unos y a otros, pero sí entro en aquello que creo que es una llamada desde el Evangelio, al menos para quienes intentamos seguir las huellas de Jesús. En este tema creo que Él también nos diría eso de “no sea así entre vosotros” (Mc 10,43).

Misericordina

Misericordina, un “medicamento” para el alma, respaldado por el papa Francisco

Me da a mí que somos invitados a una actitud alternativa. Esa que evita avivar crispaciones, que llama a las cosas por su nombre, sin miedo y aunque nos denuncie a nosotros mismos, que escucha de verdad los planteamientos del otro sin rechazarlos por sistema, que prescinde de las generalizaciones y que renuncia a ese continuo lanzamiento de reproches y de “¡pues tú más!” al que empezamos a estar habituados.

No digo que sea sencillo, pero desear vivir al modo de Jesús nos impulsa al encuentro personal con los distintos, ese “tú a tú” que difumina las diferencias para concurrir en lo que nos une. Esa forma de relación que nos permite buscar juntos lo mejor para todos, aunque eso implique el esfuerzo de escuchar con honestidad al otro, dejar a un lado lo secundario y priorizar aquello que nos hace más humanos. Estamos desafiados a prevenir ese “estreñimiento crónico” que dice mi amiga, al menos en nosotros mismos, y convertirnos en constructores de puentes y demoledores de muros, al estilo de Quien “de dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los dividía, la enemistad” (Ef 2,14).