¿Creemos realmente en la encarnación?


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El viernes pasado se celebraba la memoria litúrgica de san Joaquín y santa Ana. Una fiesta con mucha raigambre popular: no falta un telediario de ese día que no hable del día de los abuelos. Sin embargo, como se sabe, la fiesta se basa en unos santos apócrifos.



En efecto, según las genealogías de Jesús que encontramos en los evangelios, los dos únicos abuelos de Jesús se llaman Jacob (según Mt 1,16) y Helí (según Lc 3,23). Pero ni rastro de Joaquín o de Ana. Para encontrarnos con estos personajes tendremos que acudir a un texto conocido como ‘Protoevangelio de Santiago’, un apócrifo datado probablemente en torno a mediados del siglo II que se ocupa de la vida de María hasta el nacimiento de Jesús y, después, del nacimiento de Jesús, con muchos detalles que no figuran en los textos canónicos de Mateo y Lucas. Por ejemplo, quiénes son esos “hermanos” de Jesús que aparecen en los evangelios (por ejemplo, en Mc 3,31; 6,3): hijos de José de un matrimonio anterior.

El texto comienza precisamente con las menciones de Joaquín y Ana: “Consta en las historias de las doce tribus de Israel que había un hombre llamado Joaquín, rico en extremo, el cual aportaba ofrendas dobles, diciendo: ‘El excedente de mi ofrenda será para todo el pueblo, y lo que ofrezca en expiación de mis faltas será para el Señor, a fin de que se me muestre propicio’” (I,1); “Y Ana, mujer de Joaquín, se deshacía en lágrimas, y lamentaba su doble aflicción, diciendo: ‘Lloraré mi viudez, y lloraré también mi esterilidad’” (II,1).

26 de julio de 2025, día de los abuelos. Padres de la virgen Maria

La reacción de Ana se debe a que la ofrenda de Joaquín no es aceptada porque no ha tenido hijos, de modo que “Joaquín quedó muy afligido, y no se presentó a su mujer, sino que se retiró al desierto. Y allí plantó su tienda, y ayunó cuarenta días y cuarenta noches, diciendo entre sí: ‘No comeré ni beberé hasta que el Señor, mi Dios, me visite, y la oración será mi comida y mi bebida’” (I,4).

Y parió una niña

Finalmente, Joaquín y Ana engendraron a María: “Y al día siguiente presentó [Joaquín] sus ofrendas, diciendo entre sí de esta manera: ‘Si el Señor Dios me es propicio, me concederá ver el disco de oro del Gran Sacerdote’. Y, una vez hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada en el disco del Gran Sacerdote, cuando este subía al altar, y no notó mancha alguna en sí mismo. Y Joaquín dijo: ‘Ahora sé que el Señor me es propicio, y que me ha perdonado todos mis pecados’. Y salió justificado del templo del Señor, y volvió a su casa. Y los meses de Ana se cumplieron, y al noveno dio a luz. Y preguntó a la partera: ‘¿Qué he parido?’ La partera contestó: ‘Una niña’. Y Ana repuso: ‘Mi alma se ha glorificado en este día’. Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María” (V,1-2).

Un bonito cuento que, con mucha imaginación, sirve para contemplar la encarnación de Jesús.