José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Como boca de tiburón


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Escribo siguiendo el hilo del tuit recibido ayer: “Los equipos de rescate están en el agua intentando recuperar unas 100 personas, hay niños y bebés. Cedió el suelo de su patera, es lo que pasa cuando se les abandona en el mar. #Corredoreshumanitarios ya !!!”. Es de Óscar Camps desde su buque de salvamento de Open Arms. A continuación, me llegan los interminables comentarios a propósito de los migrantes arribando en cayucos en las Islas Canarias (sé que hay ejemplares comportamientos de la gente de Iglesia en Canarias y Tenerife).



La noticia es permanente estos días. Y, al mismo tiempo, los comentarios que se van enlazando con la noticia del Gobierno, a propósito de que España expulsa a 22 migrantes en el primer vuelo de deportación a Mauritania por medio del Ministerio del Interior reactivando las repatriaciones tras ochos meses de cierre de fronteras debido a la pandemia. Un último efecto que nos enseña ya muy claramente cuál es la intención gubernamental actual de cómo aplicar los pactos europeos de migraciones y refugio. Repatriación pura y dura de emigrantes. Luego leo la situación – que ya se hace eterna– de los migrantes hacinados en el muelle de Arguineguín. Allí la mayoría de los letrados firmó las órdenes de devolución, que se les tramitan nada más llegar, sin ver la cara de sus defendidos ni, por supuesto, entrevistarse con ellos. Malditamente solos.

Son noticias permanentes que ya no dicen nada. Para nuestra desgracia. Ya ni las escuchamos. Son muchos los medios para desalojar de su tierra a los hijos de Dios o que estos huyan porque entienden que el mar es más seguro que la tierra que pisan. Y la patera o el cayuco en los que se embarcan es mucho más futuro que su propio hogar. Y, desde luego, mucho más que los bajos de los camiones y/o los trenes que queman sus manos. Huyen. Permanentemente. O les hacen (hacemos) huir . Lo dice muy bien Warsan Shire que nació en 1988 en Kenia de padres somalíes y con un año emigró a Gran Bretaña. Esta poetisa muy reconocida narra de manera bellamente provocadora la experiencia de aquel que no tiene raíces, del migrante, de la barbarie, de qué significa ser mujer, del dolor y la nostalgia. Son poemas sencillos que despacio, despacio, se te meten hasta el tuétano. Los leo en voz alta y hoy – con otros– “me” los escucho llorando.

“Nadie se arrastra bajo vallas/ nadie quiere ser golpeado/escupido…/nadie escoge campos de refugiados/ o registros al desnudo donde tu cuerpo/se queda dolorido/o la prisión,/porque la prisión es más segura/que una ciudad de fuego (…) nadie puede digerirlo/ninguna piel sería lo suficientemente dura”.

Burlando la muerte

Viajan o les hacen viajar obligados a través de los libres caminos que Dios entregó a la humanidad para que nunca, ningún hogar, pudiera ser abandonado obligatoriamente a menos que “el hogar sea la boca de un tiburón”.

Un día esa muchedumbre de “ilegales”, que vemos en los telediarios, casi a escondidas tras la noticias que avasallan sobre la pandemia, Trump, Presupuestos Generales… Un día esa muchedumbre que acumulan fronteras, pateras y cayucos en sus vidas vendrán para explicar a qué sabe la vida que se va escapando cuando la patera está a punto de partirse por la mitad, el cayuco abarrotado a punto de hundirse, o el avión en el que viajas esposado te deja en paradas intermedias para seguir caminando de nuevo a no sé que otra tienda o choza donde morir de aburrimiento y/o de pena. Han intentado burlar a la muerte, en patera, en cayucos, en avión. Pero se les está haciendo ya imposible.

Y nos hablarán con sus explicaciones y sus testimonios limpios como los ojos infantiles. Libres de publicidad engañosa a conveniencia de no sé que oscuros intereses. Y sus palabras atronarán en nuestros oídos, desenganchándose de manipuladoras leyes o programas de partido y de gobierno.

Joseph, bebé de 11 meses de Guinea Conakry fallecido ayer tras un naufragio. Foto: Sergi Camara

Entonces, será más verdad escuchar el chapoteado del agua de los que se van hundiendo como me presentaron anoche en mi pequeño grupo Loyola en un vídeo que corre por las redes. No solo lo escucharemos por internet, por la tele, por narraciones y testimonios de otros imaginando las manos que surgen del agua al cielo al hundirse las embarcaciones. No solo escucharemos el ruido de los aviones impuestos que devuelven a hermanos nuestros a no sé donde. No solo.

Porque , algún día, no sé cuándo, deberemos escuchar personalmente, presencialmente , cómo cae el insoportable peso de la historia mal gestionada, mal construida y mal contada… Manipulada.

Y sus voces sin intermediarios, sin estadísticas, sin la solidaridad caduca de los cuervos blancos serán las nuestras. No me preguntes cuándo. Simplemente ahora escucha insultos como estos que Warsan Shire ha construido como los golpes de látigo que lanzamos no solo a su espalda sino a su corazón, estos gritos como escupitajos pandémicos que nadie puede soportar… “el váyanse a casa negros, refugiados, sucios inmigrantes, solicitantes de asilo, negratas con sus manos mendigas. Ellos huelen raro, salvajes que arruinaron sus países y ahora quieren arruinar el nuestro”. Golpes y miradas sucias que ruedan sobre sus espaldas, “quizás porque el golpe es más suave/ que un miembro cortado/ o las palabras son más tiernas que los catorce hombres entre/tus piernas/o los insultos son más fáciles/de tragar que /que el escombro/ que el hueso/ que el cuerpo de tu hijo/ en pedazos./Quiero ir a mi hogar/pero mi hogar es la boca de un tiburón”.

P.D. De la patera partida de la que hablaba al principio han encontrado –por ahora– a un bebé ahogado de once meses.