Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Colgando de un hilo


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A cada ser humano, en su originalidad, lo podemos imaginar como una cuerda de guitarra que sale del corazón de Dios para encarnarse en el mundo y vibrar con su propio tono, aportando al concierto general con su ser original. Así, podemos visualizar a la humanidad como infinitas fibras que se tensan desde el cielo al suelo, dando vida a una rapsodia compleja, dinámica y eterna, de donde entran y salen seres únicos e irrepetibles, con sus registros, que dan forma a la historia con su cantar.



El desafío, sin embargo, está en reconocer cuál es nuestra “cuerda” y tenerla muy bien afinada y firme al cielo y a la tierra donde vivimos. Solo aceptando y valorando lo que somos, podremos “vibrar” adecuadamente y cumplir la voluntad y el sueño de Dios con nosotros. Por el contrario, si vivimos oscilando, esclavos de mandatos, la opinión del resto y temores provenientes de traumas y dolor, tendremos nuestro ser colgando de un hilo, con el riesgo de cortarse.

El proceso natural

Cuando nacemos, las “cuerdas” de nuestro ser están muy nuevas y cuesta “afinarlas” con precisión. Los tonos cambian y los registros son probados con éxitos y fracasos, causándonos “gallitos” y desentonación. Alcanzada la madurez, templados por la vida, cada uno, más menos, ya sabe los “altos” y los “bajos” a donde llega con su ser y acepta su don, ubicándose en el lugar que le corresponde de acuerdo con su “voz”. Si nos critican por la interpretación o nos dicen que “vibremos” en otra nota, la cuerda de una persona sana no se corta porque sabe cuál es su alcance y no cuestiona su valor.

Lamentablemente, hoy son cada vez más las almas que no alcanzan el proceso anterior. Apenas salen del corazón de Dios, su originalidad y aporte es invisibilizado, maltratado, abusado o agredido por una sociedad herida y la “cuerda” de su ser (que debería aferrarse a la seguridad y certeza de su valor) queda suelta y vulnerable, dudando de lo que es y dándose tumbos que le causan mucho sufrimiento y dolor.

Colgando de un hilo

Es tan fuerte la necesidad de ser aceptados y amados, sin sentir temor por “vibrar” en su originalidad, que las personas inseguras suelen limosnear cariño y se adaptan a otras cuerdas para sentir “calor”. Al dudar de su tono, al sentir pánico de ser, viven tratando de agradar a otros, acomodándose a voces que les fuerzan su capacidad, y terminan enfermándose de cansancio y gastados al extremo por ser lo que no son. Ya lo decía Shakespeare, “ser o no ser”… Es un dilema mayor, pero, para algunos, es una verdadera tortura interior si no reaccionan a tiempo y hacen el proceso de sanación.

¿Cómo afirmarse y afinarse? Tener la certeza de que somos hijas/os de Dios, amadas/os incondicional y gratuitamente puede ser un buen amarre de nuestra cuerda a nivel espiritual. Hacer un análisis objetivo de nuestros dones, aportes e historia de vida, viendo los frutos que hemos dado, puede ser un buen apretón a la tierra donde vamos a caminar. Sin embargo, el desamor que nos habita y nos hace oscilar como una cuerda al viento está grabado en el cuerpo, producto de sufrimientos y heridas del pasado que aún están enquistadas a nivel neurológico y molecular. Para valorar nuestro ser y “vibrar” con todas nuestras fuerzas en el tono único y maravilloso que Dios nos dio, debemos recorrer algunos pasos:

  • Reconocer los espacios, contextos y personas de seguridad v/s los de inseguridad para favorecer los primeros y evitar los segundos, por lo menos hasta que tengamos más destreza emocional.
  • Reconocer las sensaciones físicas y los lugares del cuerpo donde me afecta la inseguridad y describir con detalle el periplo que hace la mente y a qué traumas nos remonta.
  • Mientras la certeza de nuestro ser está oscilando y el cuerpo sufriendo de estrés supino, debemos ayudarnos de la respiración y movimientos que nos den oxígeno. Se trata de neutralizar la amígdala cerebral que ha tomado el control de nosotros.
  • Ayudarnos de todos los recursos espirituales, racionales y físicos que tengamos a mano para retomar el control y callar las voces que nos hacen dudar.

Probablemente, si el daño recibido es muy profundo, habrá que pedir ayuda a profesionales que desprogramen los traumas como EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing) u otros caminos que ha descubierto la neurociencia, que dan mucha esperanza a las “cuerdas” que fueron desafinadas. Tampoco nunca dejar de pedir a Dios, con la insistencia de la viuda al juez o con los gritos del ciego de Jericó al Señor, que su misericordia nos ayude a “entonar” nuestra original sonido a todo pulmón.