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Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Chispas de la Buena Noticia


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Hay conversaciones que suelen ser muy predecibles. En esta época y en contextos eclesiales, antes o después surge la cuestión del “sentido perdido” de la Navidad. Son habituales las opiniones sobre los adornos que no remiten al Belén, los comentarios sobre las compras y comidas propias de estos días y ese repetido lamento quejumbroso, con cierto tono a añoranza de un pasado que se rememora mucho más pío y que se evoca siempre como mejor, porque la mayoría no recuerda el verdadero motivo de los festejos. El caso es que, sin quitarles parte de razón a estos heraldos de desdichas, me da que el llanto por cómo son las cosas no solo les dificulta mirar al pasado con claridad, sino que también les incapacita para reconocer las chispas evangélicas que atraviesan hasta la más agnóstica de las vivencias navideñas.



Si hay algo del pasado que nos conviene recordar es que la Navidad comenzó siendo pagana. Espero no ser yo quien haga caer en la cuenta a quienes me leen de que no es casual que la celebración del nacimiento de Jesús sea en una fecha tan cercana al solsticio de invierno en el hemisferio norte. La experiencia de que los días empezaban a ser algo más largos y que, de algún modo, la creciente oscuridad no había podido vencer a la luz solar llevaron a los romanos a festejar esta victoria del sol sobre las tinieblas. No resultó nada difícil, a medida que el cristianismo se extendía por el imperio, unirse a la celebración y descubrir que era un buen motivo para festejar la llegada de ese Sol que nos visita desde lo alto como la máxima expresión de la entrañable misericordia de Dios (cf. Lc 1,78). En los orígenes de esta fiesta se esconde una mirada creyente hacia lo que parecía ser opuesto a la fe.

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Navidad pagana

Esta mirada al pasado, que ciertas lecturas del ahora no recuerdan, nos hace bien y, además, nos invita a mirar de manera similar las muy diversas formas de festejar estas fechas en las que nos encontramos, por muy “paganas” que nos parezcan. Para la mayoría estos son días de familia, aunque esta vivencia pueda ser agridulce que, son momento para comidas con amigos y compañeros, es ocasión para buscar detalles para quienes son importantes para nosotros y es tiempo de restablecer relaciones con gente conocida con la que, quizá, solo contactamos de año en año, pero a las que se sigue dedicando un recuerdo. Espero no pecar de ingenuidad si considero que hay mucho de Quien es anunciado como “Dios con nosotros” (cf. Mt 1,23) escondido todo ello. Todo lo que suena a vínculos personales renovados, reforzados o añorados ¿no esconde “chispas” de la Buena Noticia que nos trae el Niño de Belén?

Ojalá no tengamos reparo en adorar su Presencia en medio de nuestro hoy, por más que nos resulte desconcertante. Así también debió ser para los pastores reconocer al Salvador envuelto en pañales (cf. Lc 2,11-12). ¡Feliz Navidad!