Llevo muchos años planteando la necesidad de que alguien escriba una tesis en sociología sobre ciertas cuestiones vinculadas a los calcetines. Tengo una amiga que, como conoce esta demanda de investigación que llevo tiempo solicitando, de vez en cuando me envía fotos para completar el tema de estudio. Ya no se trata solo de analizar el motivo por el que los varones, especialmente de cierta edad, tienen una tendencia irreprimible a subirse los calcetines lo máximo posible cuando llevan pantalones cortos, sino también la costumbre de combinar sandalias con calcetines en verano y, para más desconcierto de una servidora, prescindir de calcetines en invierno mientras se llevan pantalones que dejan al aire casi quince centímetros de tobillo. Estoy segura de que más de uno cortará de raíz la pertinencia de esta investigación alegando un mero argumento de autoridad que parece no requerir justificación: es la moda.
Está claro que no soy yo la mujer más atenta al mundo de las tendencias, pero me temo que las modas no se limitan a nuestro atuendo. Incluso a nivel eclesial tenemos asuntos que se ponen en boga según las circunstancias. Es lo que sucede ahora con la esperanza, que, además de ser una cuestión clásica en el adviento que asoma, también orienta el próximo jubileo del 2025.
La cuestión es que esta temática tan actual me llega mientras ando dándole vueltas a carta a los Filipenses. Sus capítulos están atravesados por la insistente llamada paulina a una actitud que se resume en este imperativo: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4,4). La paradoja es que esta alegría se enmarca entre las dificultades y el sufrimiento que viven tanto la comunidad como él mismo.
Pablo no es un optimista irredento de esos que asume sin filtros los mensajes de ‘Mr. Wonderful’, como quien ve una película sabiendo que el guionista hará algún giro en la trama con el que llegará el ‘happy end’. Él sabe muy bien lo complicada que es la realidad y el dolor que supone vivir como se elige vivir, pero también tiene la certeza profunda de que Dios lleva a plenitud la obra que Él mismo comienza en nosotros (cf. Flp 1,6).
La esperanza, “de moda”
Quizá aquí radica la esperanza, en la convicción profunda y nada ingenua de que estamos en Buenas Manos, de que todo lo que nos pasa nos pasa con Aquel que nos sostiene y que con Él, como decía Juliana de Norwich, “todo acabará bien”. Así, de esta confianza en el Señor se nos va pegando su capacidad para reconocer brotes verdes ahí donde todo parece estar seco y estéril. Sin duda, tenemos mucha suerte de que la esperanza se ponga “de moda”… mucho más que las tendencias en cuestión de calcetines.