Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Bendecir con hechos


Compartir

Por mucho que puedas saber algo “en teoría”, no tiene nada que ver con hacer experiencia personal de ello. Siempre es así, sin duda. El caso es que yo tenía muy asumido eso que dice el dicho de que alguien “es más cumplido que un portugués”, sobre todo desde que un amigo de Badajoz me dejó claro que esta comparativa era mejor que la de “un luto extremeño”. La cuestión es que llevo algo más de una semana por tierras lusas y tengo que reconocer que, aquello que podían ser sospechas justificadas por la actitud de personas concretas, se confirma como una tónica habitual. Quizá es que yo no me caracterizo demasiado por la delicadeza y los detalles, de manera que el contraste es aún más llamativo, pero, sin duda, el trato que dispensan por aquí me resulta exquisito. Se trata de un modo de relacionarse con los otros que “dice bien”, que bendice sin palabras.



Bendecir sin palabras

Está claro que una servidora tendría que volver a nacer para que me brotaran de manera natural el nivel de atenciones que se prodigan por aquí, pero no puedo evitar preguntarme si el estilo de relación que tendría que caracterizarnos a quienes nos decimos cristianos no debería tender hacia algo parecido. Llevamos semanas en las que se multiplican los dimes y diretes en torno a algo que quien suscribe nunca pensó que podría resultar problemático. Bendecir a todos, sin distinción y sin necesidad de aprobar ningún examen de irreprochabilidad (que, dicho sea de paso, ninguno de nosotros superaría) parece haberse convertido en un verdadero escándalo para algunos. Y me da a mí por pensar que quizá el problema es que, antes de pronunciar unas palabras que digan bien de los demás, conviene que sea nuestra manera de relacionarnos con ellos lo que bendiga, más con hechos que con palabras.

Tres jóvenes portugueses pasean a orillas del Tajo con su camiseta de la JMJ de Lisboa 2023

Como nos recuerda la primera carta de Pedro, lo nuestro es bendecir “porque habéis sido llamados a heredar la bendición” (1Pe 3,9). Quien se sabe dicho bien sin merecerlo no puede contener esa bendición recibida y mucho menos condicionarla a nuestros juicios, siempre limitados y parciales. No sé si la calidez del trato portugués es cultural y se trata de una costumbre que surge espontáneamente, o si se trata, más bien, de la decisión personal de aquellos con los que me he cruzado. Sea lo que sea, da lo mismo en realidad, porque me sirve para intuir lo que sí tendría que brotar de la certeza creyente de quienes conocemos, no “de oídas”, al Dios de Jesús: que nuestra forma de relacionarnos no puede expresar una maldición para quienes nos rodean, sino todo lo contrario. No será este mal aprendizaje que me lleve de mis días por Portugal, ¿no?