Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Atracción fatal


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Algo tienen los puestos de poder que atraen de una manera arrebatadora. No importa si se trata de un alto cargo político, de una responsabilidad social o de un nombramiento eclesial, porque todos tienen en común lo difícil que es soltarlo. Por más que se pudieran haber puesto resistencias a la hora de asumirlo, lo más habitual es que no se encuentre nunca el momento más conveniente para dejarlo. La tendencia a la que, por desgracia, nos hemos acostumbrado es que nos agarramos a los puestos de influencia como un gato a las cortinas, sin que importe demasiado si estos cargos son grandes, medianos o ridículamente minúsculos.



Esta desconcertante capacidad de seducción a veces nos lleva a situaciones grotescas, en las que, por ejemplo, acaba interviniendo una autoridad superior para remover a alguien de su cargo porque la situación resulta clamorosa e insostenible. Se me ocurren algunos ejemplos bastante actuales de esta última situación referidos, además, a responsabilidades eclesiales. No acabamos de aprender esa lección de sentido común y prudencia que nos lanza el Evangelio, cuando anima a no ocupar los primeros puestos en un banquete, vaya a ser que te quiten de ahí y hagas el ridículo (cf. Lc 14,7-9). Eso sí, en ambientes de Iglesia preferimos prescindir del lenguaje del poder y recurrir a otro tipo de eufemismos que hablen del servicio. Por más que la ocultemos detrás de buenas intenciones y de una narrativa plagada de referencias al servicio y al lavatorio de los pies, ninguno estamos libre de esta atracción.

Conferencia Episcopal Española. Foto simbólica. Difuminada

La prueba del nueve

Aunque queramos vivir de forma coherente con el Evangelio, se nos olvida que la tentación está siempre dispuesta a esperar la ocasión propicia, tal y como Lucas plantea que le sucedió al mismo Jesús (cf. Lc 4,13). En el momento de su pasión, tres veces se le insiste en que se salve a sí mismo (cf. Lc 23,35-39). El engaño al que lleva el poder cuando nos hipnotiza se parece mucho a esa última tentación del Señor. Quizá la prueba del nueve, de si estamos o no dejándonos seducir por nuestro pequeño o grande espacio de influencia, puede ser valorar cuánto nos ocupamos y preocupamos de “salvar” a los otros, a golpe de amor y de búsqueda del bien común… o si, más bien, nos interesa “salvar” nuestra reputación, nuestras ideas o nuestra forma de entender la realidad. No nos viene mal hacer esta comprobación de vez en cuando, vaya a ser que nos esté sucediendo como a ese que se sentó en el primer puesto del banquete.