Aprender el truco


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Un joven, de esos que eran ya adultos en el siglo pasado, busca unas dos horas cada tres semanas, más o menos, para charlar un rato conmigo. Sosegadamente hablamos de lo humano y de lo divino. Y se lo agradezco, para salir así un poco de la monotonía de los días. Últimamente, el rito comienza en la cocina, haciéndonos un café.



La última vez hablaba de la necesidad que tiene la Iglesia de evangelizar en serio. “¿Es que no lo hace?”, le pregunté. Comenzó a desgranar distintas actividades grupales de movimientos, hermandades, asociaciones, incluso de algún párroco con buena voluntad, donde se veía mas lo artificioso de la propuesta que la efectividad de una llamada a la conversión.

Muchas veces, pienso en el diácono Felipe en Samaría y en Simón, el mago. Es fácil de recordar el texto de Hch 8. Felipe era un ‘crack’, pues rompía todos los esquemas, se llevaba a la gente de calle, los espíritus malignos lanzaban alaridos, todo era una alegre fiesta en la ciudad. Hombres y mujeres abrazaban la fe y se bautizaban. Pero el Espíritu Santo, el que realmente mueve la Iglesia y nuestros corazones, no había entrado en ninguno de ellos. Tuvieron que venir Pedro y Juan a imponerles las manos.

Predicarevangelio

El mago Simón, que se las daba de persona importante, llamado el Gran Poder, les tenía, a pequeños y grandes, encandilados con sus palabras y asombrados con su magia. Antes de la llegada de Felipe, era el que movía el cotarro. Así que se bautizó y se pegó a Felipe como una lapa. Pero sus intereses eran otros… y bien retorcidos. “¡Al infierno tú y tu dinero!”, le dijo Pedro cuando intentó comprar el don de Dios. Por este epulón de la fama, el comercio de las cosas sagradas se llama simonía.

Dos peligros del evangelizador

Ahora bien –me escuchaba con atención–, nos puede pasar como a Felipe y, lamentablemente, como a Simón. Son dos peligros del evangelizador de todos los tiempos. Nos podemos recrear en nuestro éxito igual que Felipe, pensando que somos los protagonistas del mismo, o peor aún, intentar vender nuestro don para provecho de otros poderosos con intenciones retorcidas, olvidando que nuestro don es de Dios y lo llevamos en vasijas de barro, tan quebradizas.

A Simón, que le corroía la envidia y la maldad le tenía encadenado, le fue bien la réplica de Pedro. Por la súplica final, parece que se arrepintió. Y Felipe fue mandado a un camino desierto, también sendero del evangelizador, por la ruta de Gaza (que significa tesoro). Después de ser seguido por masas de hombres y mujeres, se encuentra tan solo con un eunuco. Ahí se le reveló lo que le faltaba en su predicación: la cruz. No hay trucos.

¡Ánimo y adelante!