El proceso de descolonización del Congo Belga, culminado en la independencia de 1960, lejos de traer paz, desató una de las épocas más sangrientas y complejas de la historia africana, conocida como la Crisis del Congo. En este vasto y caótico territorio, rebautizado como República del Congo (y posteriormente Zaire, hoy República Democrática del Congo), la inestabilidad política, las secesiones provinciales y las luchas de poder dieron pie a la emergencia de movimientos armados brutales. El más infame fue la Revolución Simba (Simba significa “león” en suajili), un levantamiento radical de 1964 que se propagó con ferocidad por el este del país.
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Los rebeldes Simba, imbuidos de misticismo y creyéndose invulnerables por la ingestión de pócimas rituales (dawa), llevaron a cabo una limpieza brutal. Su violencia se dirigió no solo contra los pocos occidentales restantes, sino, de manera más despiadada y sistemática, contra la élite indígena, líderes políticos, intelectuales y, crucialmente, contra las instituciones religiosas, incluyendo a monjas y sacerdotes locales, a quienes percibían como colaboradores del antiguo régimen y, por ende, enemigos de su “revolución”.
Violencia extrema
Este conflicto armado fue un período de violencia extrema, anarquía y desintegración social, caracterizado por la tortura, la masacre indiscriminada y el uso de la violencia sexual como arma de terror, creando el telón de fondo para la trágica pero inspiradora historia de Alphonsine Nengapeta, más tarde conocida como la Hermana Marie-Clémentine Anuarite.
Nacida en Wamba, D.R. Congo, el 29 de diciembre de 1939, Alphonsine pertenecía a la tribu Wabudu. Su nombre de pila, Nengapeta, traducido por algunos como “riquezas engañan”, y el nombre Anuarite, adoptado por un error administrativo pero que significa “la que ríe de la guerra”, se convertirían en metáforas de su destino. Su infancia estuvo marcada por la separación de sus padres, Amisi Batsuru Batobobo e Isude Julienne, debido al deseo de su padre, un exsoldado, de tener un hijo varón con otra esposa, un intento que resultó infructuoso. A pesar del dolor de este quiebre familiar, la joven Alphonsine cultivó una profunda capacidad para el perdón. Si bien sus padres eran paganos, su madre se bautizó el mismo día que ella en 1945.
Vocación emergente
Desde temprana edad, Anuarite sintió la vocación religiosa. A pesar de la inicial oposición de su madre y de ser rechazada del convento por ser demasiado joven, su determinación la llevó a huir, subiendo a escondidas a un camión de postulantes hacia el convento de Bafwabaka. El 5 de agosto de 1959, selló su compromiso con Dios, tomando sus votos y el nombre de Hermana Marie-Clémentine.
Leemos que en el convento, Anuarite se distinguió por su actitud de servicio humilde, asumiendo tareas evadidas por otras, y por su celo en la defensa de la pureza, llegando incluso en cierta ocasión a confrontar a un individuo que hostigaba a una de sus compañeras. Su vida, marcada por la fidelidad a los votos y el amor al prójimo, sería la perfecta preparación para el martirio.
Sin miedo
El turbulento año de 1964 puso a prueba la fe de la joven monja. Los rebeldes Simba, que avanzaban con rapidez, consideraban a los religiosos africanos como traidores y agentes del Occidente. El 29 de noviembre de 1964, los rebeldes llegaron al convento de Bafwabaka y subieron a las 46 monjas a un camión, supuestamente por motivos de seguridad. Sin embargo, fueron desviadas hacia Isiro y alojadas en la residencia del Coronel Yuma Déo. Esa noche, la Hermana Marie-Clémentine Anuarite fue brutalmente separada de sus compañeras. El Coronel Ngalo, uno de los líderes Simbas, intentó coaccionarla para que fuera su “esposa”, una demanda que en el contexto del conflicto significaba una violencia sexual brutal y sistemática. La Hermana Anuarite, con la ayuda de su superiora, Madre Léontine, se negó con firmeza y sin miedo, a pesar de las amenazas de muerte, demostrando un coraje moral que se alzaba contra la barbarie.
El drama alcanzó su momento más duro con la intervención del Coronel Pierre Olombe, quien primero se ofreció a convencerla para Ngalo y luego, impulsado por el deseo, intentó tomarla para sí mismo. Tras un fallido intento de escape junto a la Hermana Bokuma Jean-Baptiste, Olombe, en una furia ciega, comenzó a golpear a las dos monjas. Mientras la Hermana Jean-Baptiste caía inconsciente, Anuarite continuó su resistencia moral, declarando que prefería morir antes que pecar.
Golpe final
Sus palabras avivaron la ira de su agresor, pero antes de recibir el golpe final, la joven monja pronunció su trascendental legado de fe y perdón: “Te perdono, porque tú no sabes lo que estás haciendo.” Entonces el coronel, como enloquecido, ordenó a sus hombres apuñalarla con bayonetas y, finalmente, le disparó en el pecho. La Hermana Marie-Clémentine Anuarite moría a la una de la mañana del 1 de diciembre de 1964, a la edad de 24 años, como mártir de la pureza y de la fe.
El impacto de su martirio fue profundo, resonando instantáneamente a través de la diezmada Iglesia congoleña y más allá. Su tumba, inicialmente una fosa común junto a otros ejecutados, se convirtió en un lugar de peregrinación y veneración casi de inmediato. Ocho meses después, su cuerpo fue exhumado y, en un acto de afecto de los suyos, se colocó una pequeña imagen de la Virgen María en su mano derecha, antes de ser sepultada solemnemente en la Catedral de Isiro. El sacrificio de Anuarite, un acto de resistencia no violenta contra el abuso sexual y la barbarie en medio del conflicto, se elevó rápidamente como un símbolo de la dignidad inquebrantable de la mujer congoleña y de la fe de una Iglesia local que pagaba un alto precio por su compromiso.
Importancia inmensa
El reconocimiento por parte de la comunidad empezó con el deseo de comenzar su proceso de canonización y culminó dos décadas después, marcando un hito para la Iglesia africana. El 15 de agosto de 1985, el Papa Juan Pablo II beatificó a Marie-Clémentine Anuarite Nengapeta durante su segundo viaje apostólico a África, en una emotiva ceremonia en Kinshasa, entonces Zaire. Este evento fue de una importancia inmensa; Anuarite se convertía en la primera mujer congoleña en ser elevada a los altares, un faro de esperanza en un país devastado por la guerra civil y la corrupción. En su homilía durante la misa, el Papa Wojtyła destacó la valentía de la joven mártir y el valor de su sacrificio, afirmando:
“Hoy la Iglesia se alegra por el testimonio de María Clementina Anuarite. Es la hija de vuestra tierra, la hija del Zaire, que ha sabido encontrar el culmen de su vocación en el martirio de la castidad. Su virginidad consagrada ha sido para ella el signo de su absoluta pertenencia a Cristo… Ella es, de hecho, un ejemplo luminoso que ilumina las conciencias de todos aquellos que, en vuestra tierra de África, son llamados a seguir a Cristo en la vida consagrada, en la vida matrimonial, en todas las profesiones de la vida. ¡Que su alegría abra un nuevo capítulo en la historia del Pueblo de Dios sobre esta tierra santificada y dichosa!”.
Modelo de santidad
Las palabras del Papa no solo validaron el sacrificio de Anuarite, sino que la establecieron como un modelo de santidad africana en medio de la opresión y el conflicto, un recordatorio de que la fe podía florecer incluso en las circunstancias más violentas. Su martirio y posterior beatificación resonaron como una llamada a la dignidad, la pureza y, sobre todo, al perdón, un tema crucial para la reconciliación nacional en el Congo.
Como reconocimiento civil a esta joven religiosa, fue instituido el Premio Anuarite Mujer de Coraje (Anuarite Woman of Courage Prize) destinado a reconocer y honrar la contribución vital de las mujeres al desarrollo de los valores democráticos en la nación.
Colaborar como testigo
La historia tiene un epílogo: años después del crimen, el excoronel Pierre Olombe, que había sido juzgado y condenado a muerte en 1966 en Kisangani, se encontró en una situación de necesidad. Su sentencia capital fue conmutada por cadena perpetua por el presidente Mobutu Sese Seko, aunque posteriormente, fue puesto en libertad, en la década de 1970. Olombe, sin trabajo y en situación de necesidad, acudió a las mismas religiosas de la Sagrada Familia de Bafwabaka en busca de ayuda. Fue recibido por la Madre Léontine, la superiora, quien, en un acto de inmensa caridad, le ofreció auxilio y alimentos, y le recordó al entregarle la ayuda que “la hermana Marie-Clémentine te perdonó; nosotras debemos seguir su ejemplo”. Además, Olombe, arrepentido, quiso colaborar como testigo en el proceso de canonización de Anuarite, en el cual ratificó lo que en aquel entonces había despreciado: su pureza y sus últimas palabras de perdón.
La Beata Anuarite Nengapeta sigue siendo, hasta el día de hoy, un símbolo de la resistencia de la fe y el triunfo de la dignidad sobre la barbarie en la República Democrática del Congo.
