Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Año nuevo, ¿vida nueva?


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Ya pasada la medianoche del 31 de diciembre, querámoslo o no, el corazón de muchos se infla de ilusiones, de anhelos de cambios radicales, de pasar la página a los dolores e iniciar un nuevo ciclo prendidos de esperanzas, proyectos, nuevos compromisos y desafíos. Esa noche, sin querer queriendo, pasa a ser un hito y un rito humano destinado a soltar el agobio y el desgate acumulado y a revestirse de energías bonitas y alentadoras.



Como verdaderos niños, nos llenamos la boca de uvas pidiendo a escondidas que se cumplan esos sueños, nos ponemos lentejas en los bolsillos para llamar la abundancia y nos aferramos a correr con las maletas cargadas si es que nuestra opción es viajar. Sin embargo, apagados los fuegos artificiales, ordenadas las copas y los cotillones, entre medio de todo el desorden y algarabía, la vida, con sus luces y sombras, vuelve a aparecer. No alcanzamos a recuperarnos de la tregua de los festejos cuando, al igual que la antigua canción de Joan Manuel Serrat, cada uno vuelve a su cotidianeidad con sus riquezas y pobrezas y la vida parece continuar sorda a nuestros pedidos y ruegos suplicantes de un tiempo mejor.

Frustración inicial

Al volver a mi casa el 1 de enero, lamentablemente, me encontré con esta patas arriba. Todos los closets dados vueltas y un vidrio quebrado. Sí, habíamos sido víctimas de un robo mientras festejábamos. La rabia/pena y un tumulto de emociones feas hicieron de mi corazón un caos aún peor que el que veían mis ojos. Tanta ilusión me hacía partir un 2023 con buenas “vibras” que me sentí igual de defraudada como de niña cuando supe que los regalos de Navidad los traían los papás. Me vino una pataleta interna que me hizo aislarme y querer cobrarle al mismo Dios la injusticia que acababa de cometer. “¿Otro problema más? ¿No habíamos acordado un descanso después de tanto?”, quería gritarle, pero no me salían los reclamos de mi boca silente y enfadada.

Con el orden recuperado y los closets en su lugar, pareció que las ideas y emociones también ocuparon un lugar más justo y maduro con respecto a lo que acababa de pasar. Casi no se habían robado nada, los ladrones habían sido muy “cuidadosos” al buscar y por suerte no había nadie en la casa para lamentar una tragedia de verdaderas proporciones. Es que mi pensamiento “mágico” me había engañado una vez más pensado que toda mi “vida nueva” era cuestión de voluntad. Mirado desde lejos, Dios mismo había sido providente y un protector genial. Hasta seguro teníamos para recuperar las pocas cosas que en la mochila pudieron cargar. Dentro de la libertad humana y su fragilidad, los delincuentes prácticamente no nos habían hecho daño y teníamos que agradecer mil diosidencias que jugaron a nuestro favor en esta oportunidad.

El origen de esta trampa

Escarbando en mi psique, fui consciente de que el mensaje de la vida nueva, en el sentido de partir cien por ciento de cero y que todo puede ser diferente y “bueno” de ahora en adelante, es un engaño muy perverso del pensamiento positivo imperante en la actualidad y que la vida nueva de verdad consiste en madurar en nuestras frustraciones y saber que todo es muchísimo más complejo y rico que lo que nuestra pequeña mente puede desear. Nuestros vínculos con los demás y con el entorno son un tejido de hilos de seda finísimos, impredecibles y altamente vulnerables a enredarse. Nunca vendrá un año libre de nudos, desencuentros y conflictos, así como tampoco jamás tendremos un año exento de gozos, triunfos, alegrías y logros que nos harán bordar con destreza un paisaje maravilloso.

Para vivir satisfechos, en paz y con libertad cada día de nuestra vida, habrá que hacer el esfuerzo consciente de huir de los espejismos de pseudo felicidad y aprender a tejer con los hilos que la vida nos da. Algunos momentos serán hilos brillantes y coloridos y, otros, oscuros y toscos de maniobrar; sin embargo, con todo se hace el bordado y todos son necesarios para poder contrastar y percibir cada cual en su hondura y singularidad. Porque de algo jamás podemos dudar: todos los hilos son útiles y el arte de una vida nueva estará en aprender a tejerlos con paciencia y confianza en la divinidad. Dios es padre y madre bueno, nos enseña cada puntada y siempre teje con nosotros.