Quizá debería, pero no soy yo muy de leer periódicos. La vida y sus velocidades me dan para informarme de lo justo y a veces más de titulares que de una lectura profunda y sosegada. Eso supone que me pierdo, inevitablemente, las cartas al director, las columnas de opinión u otras secciones sustanciosas que sigue manteniendo la prensa de toda la vida. Por suerte, de vez en cuando se hace viral alguno de esos contenidos y llegan a mí.
Así ha sucedido en estos días con un pequeño párrafo de Laura Ferrero en el que se hace elogio de esos gestos cotidianos de cariño que nos pueden pasar desapercibidos. En su columna insiste en que “amor es que vengan a buscarte”, y quien más y quien menos, todos hemos hecho experiencia de ese cariño en “calderilla” que implica que alguien esté pendiente de tu llegada y salga a tu encuentro.
Digo “calderilla” no en un sentido de despreciable o de irrelevante, sino de cotidiano y poco lucido que, de habitual, suele pasarnos desapercibido y obviar que, como dice la autora, “en ir a buscar anida la excepcionalidad de ser visto, de saberse reconocido”. Me da la sensación de que, con demasiada frecuencia, pensamos en que querer a la gente es algo casi heroico, que implica una entrega sobrehumana y supone acciones épicas… y así, a lo tonto, nos sucede eso que advertía Jesús de andar pendientes de que no se nos cuelen los mosquitos y tragarnos, sin darnos cuenta, el camello (Mt 23,23-24). Tan atentos a cuando se nos pida un amor de niveles martiriales, que se nos olvidan esos gestos diarios de “amor en calderilla” que son los que nutren nuestra existencia y la ajena.
Invitación a su estilo
Querer en lo cotidiano nos sienta bien a todos, ya lo decía Isaías cuando, al recordar que el ayuno que agrada a Dios no es un mero acto de “dominio del cuerpo”, sino una invitación a amar más y mejor, a su estilo. Ese “no abandonar a tus semejantes” al que invita el profeta (Is 58,7) es ventaja para todos, porque nos transforma en “huerto regado” y en “manantial de aguas” (Is 58,11), nos vivifica y vivifica. En lenguaje de columna de periódico, ir a buscar a alguien esponja a quien acoge y a quien es recibido. No sería mala práctica cuaresmal poner un poco de empeño en este cariño en diminutivo, atento y cotidiano, que tan bien nos hace y es “el ayuno que agrada al Señor”.