Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Adviento en el cuerpo de un delfín


Compartir

Si estamos atentos en la vida, no distraídos ni dormidos, podemos tener la oportunidad de que todo y todos nos hablen de Dios, especialmente en este tiempo de Adviento, donde queremos aquietarnos y encontrarnos con Él. Así me ocurrió al encontrarme, por primera vez, de cerca con este mamífero acuático, mágico e inteligente, y aprender de su anatomía.



Cada parte del cuerpo del delfín me habló del Señor y fue una bendición que creo vale la pena compartir. Vamos parte por parte.

La aleta dorsal

Lo primero que llamó mi atención fue saber que su aleta dorsal es equivalente a nuestra huella dactilar. No existe un delfín que posea una aleta igual a otra, y estas sirven para identificarlos y rastrearlos por todo el océano. Pero, ojo, no es que posean líneas como las nuestras, sino que, desde su nacimiento, en esta superficie de su cuerpo van quedando grabadas las heridas causadas por encuentros o peleas con otros animales, ataques fallidos de tiburones, choques con embarcaciones y/o patologías en su piel.

Estas huellas de sus sufrimientos y dolores que un delfín recibe le dan su singularidad. Si el Señor hubiese tenido una aleta equivalente, la verdad la veríamos llena de rasguños, cortadas y cicatrices, ya que, desde su encarnación, Él experimentó el dolor y el peligro en toda su dimensión. El exilio, la traición, la soledad, el abandono, la tortura, la incomprensión, la muerte en cruz… Literalmente, rasgaron su pecho con la lanza, quedando para siempre en nuestra memoria interior su entrega de amor. La aleta dorsal espiritual, con su memoria de dolor, nos recuerda que somos frágiles, que somos hijos y que estamos llamados a la fraternidad para “navegar” en paz por el océano de la vida.

La aleta para saltar

Si algo asombra y encanta de los delfines es su capacidad de emerger del agua y prácticamente volar, haciendo toda clase de piruetas y danzas con vigor fuera de la superficie. También pueden nadar a más de 40 km por hora y maniobrar como en Fórmula 1 por las profundidades del mar. Esto es posible gracias a su aleta caudal, que es lo que vemos como cola, pero que está formada por músculos muy poderosos que le permiten incluso erguirse como caminando y saludar.

Jesús mismo no solo tenía la aleta de dolor/dorsal, sino también una fuerza única que le permitió saltar por sobre los paradigmas de su tiempo y mostrar un nuevo modo de relacionarnos, amoroso y erguirnos en la dignidad de ser hijos/as amados/as. Es esta gracia la que Él nos da para que la podamos vivir y contagiar. Es la alegría y entusiasmo que nos da sabernos amados gratuitamente lo que nos permite amar y servir, integrando nuestras heridas, dándoles sentido y, con ellas, hacernos más humildes, solidarios y unidos.

El espiráculo para respirar y hablar

Otra parte que llama la atención de los delfines es el orificio que tienen en su espalda. Curiosamente, por ahí es por donde respiran y por donde “hablan”, haciendo sus particulares voces, que evocan trascendencia y un “más allá”. De algún modo, respiran y comunican por el mismo canal todo lo que son.

El Señor, a lo largo de su vida, fue un “delfín de Dios”, anunciando con su palabra y su obra al mismo Creador, y todo lo que vivió fue un respirar por el amor. Nosotros, tantas veces, vamos inconscientes de nuestra “respiración vital” y nos ahogamos en el mundo sin necesidad. Lo único que nos hace vivir y vivir felices en comunidad es el amor compartido que se anuncia, se testimonia y se siente en cada inspiración y espiración que realizamos. Ojalá, cada uno revise su espiráculo de amor y vea cuán coherente está siendo con la misión que se le encomendó.

Ecolocalización

Es fascinante entender cómo los delfines “ven” con los sonidos que emiten. Al emitir sus silbidos y clics, realizan ondas en el agua y, al recibir su eco, logran saber dónde están y qué hay a su alrededor. Es como si tuvieran un aparato de ecografías con la realidad, que toma siempre en cuenta el entorno para decidir cómo actuar y dónde ir.

Ojalá, nosotros también desarrolláramos esa capacidad de tomar en cuenta toda la información que nos dan los demás, el mundo y la creación, y nos “ubicáramos” mejor en nuestra justa posición. Saldríamos más fácilmente del ensimismamiento e individualismo imperante si “viéramos” un poco más allá de nuestro ombligo.

Un corolario

Quizás con esta leve “metamorfosis”, podremos llegar a estar Navidad saltando por las aguas turbulentas que nos acechan hoy y dar mensajes llenos de esperanza para otros que ya no saben por dónde ni cómo continuar su navegación.

Convertirnos en “delfines maravillosos”, asumiendo nuestras heridas, sabiendo que contamos con la fuerza del Amor/Dios, nos permitirá recuperar nuestra dignidad, ubicarnos con respecto a los demás y a la creación, llenarnos de fuerza y así poder respirar y compartir un aire nuevo, que tanta falta hace en verdad.