Viene la Luz,
suave como un ala que roza la noche,
firme como un latido que no se rinde.
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Y en el silencio primero,
cuando el mundo parece dormido,
el Adviento susurra:
“No temas”.
No temas la grieta,
ni el cansancio que se clava en los talones,
ni la historia que no siempre te sostuvo.
No temas tus manos vacías,
tus días sin rumbo,
tu corazón a veces árido como un campo exhausto.
Porque en cada amanecer
Dios deja un rastro,
una brizna,
un resplandor pequeño
que basta para seguir.
Y allí,
en la frontera del mundo,
donde la tierra se levanta en muros de hierro
y el miedo parece más alto que los sueños,
hay hombres y mujeres
que saltan la valla
con los ojos encendidos de promesa.
Saltan no por desafío,
ni por fuerza,
sino por esa porción de esperanza
que nadie les pudo arrebatar.
Ellos también viven su Adviento:
cada salto es una oración,
cada caída, un comienzo,
cada mano agarrada al frío metal
es un clamor que dice:
“Aún creo en la luz”.
Y así, sobre la tierra herida,
resuena el canto que despierta conciencias,
que abre escuelas,
y pasillos de hospital de acogida,
y puertas con rendijas,
y veredas pobres pero con horizonte
y descansos amables
con manos rojas como las mantas que os cubren
y acarician…
donde la vida respira entrecortada.
Un canto terco,
incansable,
como el de la madre que mira al Niño dormido
y sabe —sin saber cómo—
que ese cuerpo tan frágil
sostendrá al mundo entero.
Un canto que dice:
que el Amor no se detiene,
que llega siempre,
aunque tarde,
aunque duela,
aunque el invierno parezca eterno.
Un canto que abaja las vallas,
sube las escalas,
abre caminos,
enciende lumbres,
y repite a cada alma migrante
–migrante de tierra,
de memoria,
de consuelo–:
“Levántate.
Yo también estoy cruzando contigo.
Yo también espero”.
Porque el Adviento es esto:
la certeza humilde
de que Dios viene,
a pesar de todo,
y de que su paso
–como un niño recién nacido–
puede cambiarlo todo
sin hacer ruido.
Se ha publicado que en 2025 hubo un aumento del 33 % en entradas irregulares por tierra a Ceuta (España): muchas llegadas se han registrado ya no por mar, sino por la valla, es decir, migrantes que intentan cruzar por tierra en vez de arriesgarse al paso marítimo.

