Noticias religiosas de última hora


Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Amar infinitamente: el don que nace en Belén


Compartir

La Navidad es un tiempo de regalos y la razón principal de ello es el inmenso don recibido con la encarnación de Dios en el pequeño Niño de Belén.



El nombre evocado por la profecía de Isaías, Emmanuel —Dios con nosotros—, es muestra de que los hombres y mujeres hemos recibido el don o regalo por excelencia. En Jesús, Dios ya no es un ser lejano ni desentendido de la humanidad, sino un Dios implicado en la misma condición humana.

Bien lo expresa una antigua antífona de este tiempo: “Oh maravilloso intercambio”, porque hemos recibido la gracia divina de la salvación y hemos ofrecido nuestra limitada y pecadora condición humana.

“Le ofrecieron regalos”

De allí que, el origen de la costumbre de recibir regalos en este tiempo provenga del mismo Jesús, o también del gesto de ofrecerle dones, como ocurrió con los Reyes Magos.

La fe y la liturgia nos enseñan que es imposible devolverle algo a Dios; para ello está el sacrificio de la misa. Sin embargo, por el misterio de la Navidad —Dios con nosotros—, la vida misma debería convertirse en un “nosotros con Dios”, como respuesta al don recibido.

En estos días leía la carta de Navidad de un niño de siete años que decía: “Niño Jesús, te amo infinitamente”, y no puedo negar la sorpresa e impresión que tuve de que un niño de tan corta edad exprese con tanta claridad sus sentimientos hacia Jesús.

Un niño, con pocos años, le dice que lo ama, y no solo mucho, sino infinitamente. En cambio, quienes tenemos más años solemos amar a Jesús poco, pues más de uno establece con Dios una relación limitada: con el paso del tiempo le ponemos barreras, fijamos condiciones y hasta delimitamos en qué cosas puede intervenir y en cuáles no.

Figura Jesus

El propósito personal para Navidad

Por es creo que la fe sencilla e inocente de ese niño, que con su corazón declara un amor infinito a Jesús, puede ser un buen propósito para esta Navidad: recibir al Dios con nosotros y esforzarnos por responder con un “yo con Dios” que desemboque en un “nosotros con Dios”, porque el plan de Jesús para cada persona siempre se construye en clave de nosotros.

Creo que ese es el mejor regalo de Navidad: la fe sencilla de ese niño que, sin haber recibido aún sus regalos navideños, le dice a Jesús que lo ama infinitamente. Confieso que así quisiera amar yo también a Jesús.

Dedicado a mi sobrino, Juan Diego.


Por Rixio G Portillo. Profesor e investigador Universidad de Monterrey