Para algunos, el tiempo navideño comienza después de Halloween, para otros con el adviento, para otros cuando se decora la casa o la oficina, para otros con la primera cena navideña, para otros con el encendido de luces de la ciudad, para otros con el sorteo de la lotería… Hay mucha variedad, desde luego.
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Por esta parte del mundo, al menos, la navidad es una mezcla de fiestas y propósitos. En el centro, la fiesta cristiana de la navidad, propiamente: recordar y celebrar el nacimiento de Jesús, el año cero de nuestra historia, seamos creyentes o no. Enseguida empezamos a estar en clave de nochevieja: finalizar el año que acaba, repasar lo vivido, desear y prepararnos para el nuevo tiempo que empieza. Y enseguida, los Reyes Magos: regalos, magia, encuentros, espacios para los más pequeños.
En medio de todo ello, mucho ruido, claro. Lo normal de todo lo humano. Nada nuevo. Ya hubo ruido en Belén, en torno a Jesús, tal como lo relatan los evangelios: luchas de poder, temores, rechazos, intentos, necesidades, señales para interpretar… Y la vida cotidiana de cada uno. La vida real, en definitiva.
Por eso no me disgustan estas mezclas y variaciones. Más bien me gusta pensar que en esta realidad, la de verdad, cada cual elige qué vive y qué celebra. Yo soy creyente e intento vivir la navidad desde mi fe, aunque no siempre como quisiera. ¡Cuánta sabiduría en la tradición de la Iglesia al proponernos cuatro semanas de adviento para ir acercándonos a la navidad! Todo un camino para ir acercándonos poco a poco, cada cual a su ritmo. Y ahora que ya estamos a las puertas de Nochebuena, me ayuda poner en palabras mi intento:
- He puesto el Belén en casa. No importa tanto cómo sea cada año. Importa ponerlo. Tomar tiempo, pensarlo, decorarlo, hacerlo nuestro. Incluso en los hogares donde nadie más lo va a ver. Porque el ejercicio es para quien lo pone. Es preparar físicamente el lugar donde el 24 de diciembre aparezca el misterio, ¡el Misterio! Es decirnos físicamente que seguimos apostando por dedicar tiempo a la belleza de lo inútil, de lo poco práctico (incluye el tiempo que te llevará también después recogerlo y volver cada cosa a su sitio); es abrir un lugar en tu espacio cotidiano para que quepa Él (sí, Él, Jesús, el Misterio) y desde ahí, seguir aprendiendo a adorarlo. ¡Qué difícil es esto de adorar!, ¡qué difícil no confundirlo con adular, con anularnos, con pretender grandezas que no nos corresponden, con sentirnos menos que los demás, con generarnos dependencias o manipular a otros! Adorar en Belén es otra cosa.
- He cantado villancicos con otros. Villancicos, ese género tan humilde y potente que queda restringido a una pequeña parte del año y aún así, se mantiene siglo tras siglo. Esa música que solo con escucharla nos transporta a lo que anuncia y celebra. Esos cantos de villanos (de ahí villancicos), de hombres y mujeres de la villa, del pueblo llano; esos que no entendían el latín y empiezan a querer contar con sus palabras, con su estilo cultural y su idioma, en qué consiste la navidad. Con algunas letras más inspiradas que otras (¿qué es eso de que los peces beban en el río para ver a Dios nacer?) pero quedándose en el corazón de la tradición de la humanidad, seamos creyentes o no. Expresan el deseo más hondo de lo humano, como los anuncios de turrones: que conectemos con lo importante, con lo sencillo, con querernos, con sentirnos queridos, con cuidarnos, con encontrarnos.
- He empezado a cerrar el año que termina y a vislumbrar el que viene. Desde hace semanas, ya necesitábamos la agenda del 2026 aunque quedara mucho del 2025. Vamos haciendo planes para saber dónde y con quién recibiremos el año nuevo. Empezamos a hacer balance de pérdidas (¿quién no ha tenido alguna en estos doce meses?), de intentos, de logros, de novedades, de cambios, de frustraciones, de engaños, de alegrías, de personas, de proyectos… Es tiempo de cerrar, como la tierra y los árboles dejan caer las hojas del invierno y la naturaleza entera se concentra en sus raíces, en lo que no se ve, en lo que sigue fortaleciéndose bajo la nieve o la lluvia o la tierra seca. Porque estuvo verde hace meses y esperamos que vuelva a estarlo cuando despierte la primavera. Es importante cerrar. Tan importante como disponernos a abrir de nuevo. Elegir por dónde continuar, con quién y cómo.
- He empezado a pedir a los Reyes Magos lo que quiero este año. Y, sobre todo, he empezado a buscar lo que voy a regalar a la gente que quiero, como buen ayudante de sus majestades de Oriente. Regalar es una de las capacidades más bonitas del ser humano. Según el diccionario (RAE) significa “dar a alguien sin recibir nada a cambio, en muestra de afecto” y también “tratarse bien, procurando tener las comodidades posibles”. Así que este año también me voy a regalar algo a mí, procurando lo posible, claro. Y agradeciendo que haya personas en mi vida suficientemente queridas como para desear darles un regalo de Reyes, sin esperar nada a cambio. Aunque, desde luego, recibir regalos me encante.
Como veis, nada nuevo. Solo que, al hacerme consciente, voy a intentar aunar estas cuatro claves: abrir espacio para que el Misterio tenga espacio en mi vida cotidiana y aprenda a reconocerlo y amarlo, a adorarlo; cantar a lo esencial de la vida con mayor o menor acierto en mi lengua propia, desde como soy y vivo, y hacerlo con otros; vivir conscientemente que es importante cerrar lo que ha terminado y no alargarlo, porque así somos más dueños de nuestra historia, de nuestras reacciones, de nuestros duelos, y desde ahí elegimos lo nuevo y colaboramos para que crezca; vivir regalando y tratando bien a los demás y a mí misma, hacernos la vida más bella y más “cómoda, dentro de lo posible”, sin pasar factura ni llevar cuenta.
Una villana más
Voy a intentar disfrutar la mezcla, y vivir la Nochebuena como regalo y poner a los pies del Niño mis cierres y aperturas, y saber que en nochevieja también sigue el Misterio en un pesebre y puede pasarme desapercibido y cantar a los Reyes Magos de mi vida todo el agradecimiento posible en mi propia lengua, como una villana más.
Porque, al menos para mí, esto de que Dios irrumpe en nuestra historia como creo que lo hizo en la carne débil y divina de Jesús, cambia definitivamente el mundo. Creamos en El o no. Y me va cambiando a mí. ¡Bendita mezcla de la navidad!, ¡bendita mezcla de lo humano y lo divino! “¡Bendito Aquel cuyos cambios han dado la Vida a nuestra humanidad!” (San Efrén el Sirio).