El tema de los premios puede ser muy subjetivo, sobre todo cuando se entiende desde la lógica dicotómica de vencedores y vencidos; sin embargo, no siempre es necesariamente así.
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Más allá del simple premio per se, está el tema de la recompensa: recibir lo justo, cosechar lo sembrado y, en términos bíblicos, ser reconocidos por los frutos, por las obras y por el trabajo realizado (Cfr. Mt, 7, 16).
Hace un par de días, Noruega otorgó el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, mujer venezolana que ha sido protagonista de una cruzada por la democracia y la libertad en Venezuela.
Sería mezquino, miope, injusto e indolente no reconocer —aunque se pueda discrepar ideológicamente de Machado— la razón de tal galardón, que no es solo para ella, sino también para las acciones emprendidas en favor de una causa justa, legítima, real y vigente.
Por ello, y en esa lógica de reconocer las causas, es necesario enlistar los elementos que dan validez a la distinción, especialmente en función de los venezolanos que merecen vivir en libertad, en democracia y con todos sus derechos humanos respetados, y que no deben seguir siendo víctimas.
Nadie puede obligar a los venezolanos a la opresión; la vocación de libertad es inherente e intrínseca a la dignidad humana. Sería perverso un sistema que pretendiera mantener el status quo sobre millones de víctimas: los ocho millones que están fuera y los 27 millones que permanecen dentro del país no lo merecen. Pensar lo contrario es moralmente inaceptable.
Sobran razones para premiar la causa venezolana
El premio es a la tenacidad. Han sido dos décadas en las que el deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos ha sido evidente, mientras año tras año se sembraba odio a través de un discurso que fracturó al país y a la sociedad.
Y, aun así, el ideal de una Venezuela libre y democrática ha permanecido intacto. A pesar de tanta propaganda, los venezolanos son un pueblo pacífico que quiere vivir en democracia, y el 28 de julio de 2024 votó y eligió por esa democracia. ¡No es posible decir que no se hizo nada!
El segundo aspecto es la organización social: el ejemplo extraordinario de un pueblo que se organizó y se preparó para vencer todos los obstáculos; madrugó, votó, recogió las actas, las resguardó, las sistematizó y las custodió como un tesoro más valioso que millones de barriles de petróleo.
Héroes silenciosos de la cotidianidad, gallardía del pueblo pobre, oprimido, pisoteado, pero digno, que no quiso tomar atajos. Hizo lo correcto: salió, votó y cuidó el voto. ¿Qué otro pueblo ha hecho esto en la historia? Los venezolanos, el 28 de julio, son ejemplo de dignidad y valentía. Por eso, el Nobel es nuestro.
María Corina Machado hizo su parte, con su estilo y personalidad, con aciertos y desaciertos, pero lo hizo. Bajo su liderazgo se logró demostrar el fraude y documentar, con pruebas, el resultado del 28 de julio.
El tercer elemento es el civismo, la vocación cívica y ciudadana. La gesta histórica —que han pretendido ocultar y pisotear— es una lección del pueblo y de la sociedad civil. No de la fuerza ni de la acción militar; al contrario, Venezuela es un pueblo de paz.
Por sus frutos los conocerán
Las obras están allí: 2,220 detenidos —denominados por la ONU como presos de conciencia— solo en 2024; más de 90 extranjeros encarcelados como fichas de trueque; 220 menores de edad sometidos a incomunicación y violencia sexual sin el debido proceso. Y mientras se publica este texto, cuatro siguen detenidos. ¿Cómo defender esto?
El premio es a la paz, pero los violentos han estirado la palabra “paz” y han desgastado su significado, cuando lo que se vive en Venezuela —según la ONU— no es paz; está muy lejos de serlo.
La paz es fruto de la justicia. La paz es fruto de la justicia. La paz es fruto de la justicia. Habrá que repetirlo tantas veces como sea necesario para que no queden dudas. La paz es reflejo de la armonía, del equilibrio, del orden y del bien.
La paz no es la imposición del silencio, no es el miedo, no es el sometimiento, no es la fuerza, no es una ideología, no es un partido, no es un chantaje sobre las víctimas.
Por tanto, el Premio Nobel de la Paz es a la causa, al sentir, al anhelo y a la vocación irrenunciable de cada venezolano, que sigue y seguirá creyendo que su país puede ser distinto y mejor. Parafraseando al papa Francisco: no nos dejemos robar este sueño de esperanza (EG, 89).
Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey
