Adiós a Alfonso Ussía, “católico, apostólico y romano más que deficiente”, pero que nunca dejó de buscar a Dios

Referente del conservadurismo, admiró con pasión al padre Llanos, “auténtico cura de la desesperanza”, y cargó contra Escrivá de Balaguer, “el ‘santo’ de los millonarios”

Alfonso Ussía

Este 5 de diciembre, los 77 años, ha muerto el periodista y escritor Alfonso Ussía. En prensa, escribió durante décadas en varios medios, especialmente en ‘ABC’ y ‘La Razón’, aunque, en esta etapa final, escribió su columna en ‘El Debate’. A nivel literario, su saga protagonizada por el marqués de Sotoancho nos deja a un personaje ya inmortal y con el que ironizó con una realidad que él conocía muy bien: la de la alta alcurnia nobiliar.



Monárquico a machamartillo, azote del socialismo y el nacionalismo, archienemigo de Joaquín Sabina (aunque le acabó tendiendo la mano), madridista furibundo (llegó a disputarle a Ramón Mendoza la presidencia del Real Madrid en unas reñidas elecciones en los años 90), taurino disfrutón… Muchos rasgos de su ser son los que glosó a diario con su pluma (a veces, con una vehemencia extrema; la mayoría, con un libérrimo sentido del humor). Pero, aunque no sea lo más conocido de él, también dejó asomar los visos de su alma que anhelaban el encuentro final con Dios.

Formado en el Pilar

Formado en el icónico Colegio del Pilar, de los marianistas en Madrid, de él se pueden encontrar artículos de todo tipo. Como el que escribió en marzo de 1992 en la extinta ‘Época’, titulado ‘Me doy de baja’ y con el que cargó con fuerza, sin citarlo, contra el Opus Dei. Dicho texto, comienza así: “Soy cristiano, y católico, apostólico y romano, y creo en Dios, y en Él espero, y en Él sufro, y en Él gozo, y en Él vivo, y en Él, el día que Él estime conveniente, moriré. Pero ni mi fe, ni mi esperanza, ni mi sufrimiento, ni mi alegría, ni mi vida, ni mi muerte, pertenecen a otros que no sean Él y yo”. Puro Ussía.

A continuación, glosa la figura del “padre Llanos, el ‘cura rojo’, el jesuita que nunca abdicó de Dios y fue valiente con sus principios de hombre”. Y no duda en pedirle “muy personales y viejas disculpas a un maravilloso hombre equivocado en sí mismo, completo en sí mismo, atormentado en sí mismo, magnífico en sí mismo”. Y es que “eso es un cura, eso es un religioso”. A diferencia el propio autor, que se reconoce “un elitista, una puñetera porquería”.

Así, lo que le fascina de él es que, siendo antes “fascista, franquista” y, en definitiva, “un cura hipócrita”, llegó un día en el que “rompió su corazón por otros corazones, y bajó a la mugre, y presidió la mugre, y se alzó contra la injusticia social, y se hizo comunista, porque no hay cura que en Dios crea que no haga lo que el padre Llanos protagonizó cuando se conoce, de cerca, la miseria”.

Pobre, tonto, romántico…

En esa parte del texto, Ussía califica así al padre Llanos, encarnado en la pobreza en el barrio marginal del Pozo del Tío Raimundo, en Madrid: “Pobre, tonto, romántico y contradictorio militante de la materia sin Dios. Arrogante, estupendo, auténtico cura de la desesperanza”.

Una figura que contrapone, también sin citarlo, a la de Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, que fue beatificado dos meses después de publicarse este artículo: “Y mientras él se entierra, ‘el otro’ se eleva. Y yo me pregunto: ¿cómo es posible que todo siga su curso? ¿Cómo se puede admitir que la más cursi nube del supuesto Cielo, la más rica nube del supuesto Cielo, la más elitista nube de ese Cielo (a partir de ahora, con minúscula), se adueñe de la inteligente frialdad de la Iglesia? El santo de los pobres y el ‘santo’ de los millonarios”.

Marqués de Sotoancho, personaje de Alfonso Ussía

Marqués de Sotoancho, personaje de Alfonso Ussía

Acidez que va ‘in crescendo’ según avanza el texto: “El jesuita que se equivocó sin ira, y el irascible señorito de los señoritos juntos con el mismo Dios. No, no y no. Dios no se tambalea tanto. Dios no erige cruces de piedras preciosas, ni Dios gustaba de la colonia ‘Atkinsons’, ni Dios besaba más veces a los ministros que a los directores generales, ni Dios pagó lo indecible para ser marqués, ni Dios buscó en los poderosos la consistencia de su mensaje, ni Dios trucó su origen y apellidos, ni Dios admitió la soberbia y la vanidad’.

“Dios, mi Dios, es otro”

Porque “Dios, mi Dios, es otro. Y está más cerca de mi pobre y equivocado padre Llanos, que de mi nada pobre y tremendo marqués de Peralta [título que le concedió Francisco Franco en 1968]. Que después de 20 siglos de poder omnímodo y soberbio, no sirve afirmar que ‘doctores tiene la Iglesia’. Los doctores de la Iglesia se han movido (y Dios permanece) más por los intereses que por la justicia”.

Al final, un volcánico Ussía se dice seguro de que, cuando él muera (hoy), será testigo de cómo, “en la nube más alta y más humilde de la realidad de lo trascendente, estarán los auténticos perfiles del sufrimiento”. Y, al mismo tiempo, “la hipocresía de los poderosos, el dinero de los ricos, el poder de los intolerantes y la vanidad de los elitistas no tendrá lugar de privilegio en los ámbitos de la verdad. Porque lo que ahora ocurre, y sucede, y pasa, es de vergüenza. Por eso, adorando a Dios, me doy de baja de esta Iglesia crepuscular y jerezana”.

Con otro estilo muy diferente, más propio de su gusto por la anécdota relatada con fino humor, se puede destacar otra columna publicada el 31 de julio de 2023 en ‘El Debate’, titulada ‘Aquellas Semanas Santas’. Eran, claro, las de su infancia, en las que, a diferencia de ahora, “apenas se viajaba”… “Jueves y viernes, oficios y visitas a la iglesia. En la radio, Las Siete Palabras del padre Laburu, jesuita y médico. Al final, el comentario de mi madre a sus hermanas. ‘¡Qué maravilla! ¡Cómo hemos llorado!’”.

De luto

El Viernes Santo, “interminable”, era un día en el que “todo estaba prohibido” y, junto a ocho de sus hermanos, “salíamos a pasear por el bulevar de la calle de Velázquez de luto riguroso. Muchos vecinos del barrio nos daban el pésame”.

Hasta que llegaba el Sábado Santo, cuando “se aflojaban las restricciones”. Y, al fin, el Domingo de Resurrección. En él, “después de la Santa Misa en los Carmelitas de Ayala, colas en El Riojano o en Neguri, en pos de tartas y pasteles”. Un año, “nuestra madre se encontró con unos vecinos, pioneros en acudir a esquiar durante la Semana Santa. ‘Son de la cáscara amarga’, nos comentaba. Los de la cáscara amarga, por supuesto, eran los de izquierdas que intentaban parecer de derechas, pero se les notaban las intenciones”.

Consciente de ser la suya una experiencia muy distinta de la que vive la sociedad presente, Ussía recalca que “aquellas tradiciones no nos molestaban en absoluto. Nos habían enseñado que la Semana Santa era para rezar, no para divertirse”.

Siempre con Curro Romero

Eso sí, él mismo diferencia entre lo que ocurría en Madrid y lo que se daba “en Sevilla y Málaga”, donde “se entremezclaban la fe y el vino. Y el Domingo de Resurrección, en la plaza de Toros de Sevilla, se abría la temporada taurina. Durante decenios, siempre con Curro Romero en el cartel”.

En la actualidad, ya en todos lados, “la Semana Santa es un trajín de coches, trenes abarrotados y vuelos a los destinos más exóticos”, siendo al final “una excusa de vacaciones” en la que “no se le concede importancia a su fuerza y sentido religioso”. Aunque él se mantiene firme y le “emocionan los pasos y las procesiones”.

Hasta el punto de elevar al cielo una sincera declaración de fe: “Me considero un cristiano (católico, apostólico y romano) más que deficiente. Pero en Semana Santa mantengo en mi casa las tradiciones sagradas de mis padres y mis abuelos. Algunas, tediosas, pero siempre, al final, elevan el ánimo y me ayudan a pensar que vivimos en una nación atacada que resiste. Esa Legión con su Cristo de la Buena Muerte en Málaga”.

Lo que intrigaba a Ramón Ceñal

De ahí su aldabonazo final: “No es posible que el tiempo vuelva hacia atrás. Pero aquellas Semanas Santas de mi infancia eran mejores que las de hoy. Eso que tanto intrigaba al místico y profundo teólogo el padre Ramón Ceñal: ‘Eso, el Misterio, el Misterio’”.

Y a ese Misterio es al que hoy, 5 de diciembre de 2025, busca abrazar, a tientas, Alfonso Ussía. Seguramente, busque apoyarse en el padre Llanos, un “auténtico cura de la desesperanza”.

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