Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Llamados a Nicea


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El 1700 aniversario del Concilio de Nicea, unido al primer viaje apostólico del papa León XIV, merece un comentario, debido principalmente a que del celebrado Concilio se emana el artículo de fe que marcó la teología y la experiencia cristiana, repitiéndose incluso hoy en las misas solemnes y dominicales.



El papa León XIV publicó una carta apostólica comentando el acontecimiento, la In unitate fidei, en la que expone ampliamente las razones del Concilio, el contexto en el que surgió, los motivos que inspiraron a los padres en formular los artículos del Credo y el origen del convulso escenario de los primeros siglos del cristianismo.

Sobre el origen del error, el texto explica los argumentos de su principal propulsor: “Arrio, un presbítero de Alejandría de Egipto, enseñaba que Jesús no es verdaderamente el Hijo de Dios (…) Además, habría habido un tiempo en el que el Hijo ‘no era’. Esto concordaba con la mentalidad de la época y por ello resultaba plausible”.

El tema era la negación de la naturaleza de Jesús, y, en el fondo, negar al mismo Jesús. Aunque suene a historia pasada, la tentación del arrianismo puede estar presente también hoy. En un mundo en el que el ateísmo y la secularización están en el horizonte, negar a Jesús no es ninguna novedad.

Turquia

La tentación de negar a Jesús

Negar a Jesús, por ejemplo, al no reconocer su presencia real en la Eucaristía, pero también en esas otras formas que San Bernardo de Claraval enunció con las tres venidas de Cristo.

También es negar a Jesús en su Cuerpo místico, en la Iglesia, poniendo en duda cualquier enseñanza porque no se ajusta a la minúscula perspectiva de unos pocos (que hacen mucho ruido, por cierto). O negar a Jesús en los pobres, en esos que son el centro del Evangelio y en los que el mismo Señor se ha identificado en primera persona.

De tal manera que no está muy lejos la tentación de negar a Jesús y su naturaleza. En ese sentido, el papa dice:
“La divinización no tiene nada que ver con la auto-deificación del hombre. Por el contrario, la divinización nos protege de la tentación primordial de querer ser como Dios (cf. Gn 3,5). Aquello que Cristo es por naturaleza, nosotros lo llegamos a ser por gracia”.

Y continúa: “La divinización es, por tanto, la verdadera humanización. He aquí por qué la existencia del hombre apunta más allá de sí misma, busca más allá de sí misma, desea más allá de sí misma y está inquieta hasta que reposa en Dios”.

Unidad, desde la Trinidad

El otro punto es sobre la unidad, la cual era una de las preocupaciones del Concilio y su objetivo primario: declarar la unidad de la Iglesia en un mismo artículo de fe, desde la Trinidad, misterio que ha sido retomado en el Vaticano II y que el tiempo ha permitido profundizar.

“Unidad en la Trinidad, Trinidad en la Unidad, porque la unidad sin multiplicidad es tiranía, la multiplicidad sin unidad es desintegración. La dinámica trinitaria no es dualista, como un excluyente aut-aut, sino un vínculo que implica, un et-et: el Espíritu Santo es el vínculo de unidad que adoramos junto con el Padre y el Hijo”, dice el papa.

Una unidad sin multiplicidad de dones y carismas, sin diversidad de experiencias, es tiranía, pues sería uniformidad, y como diría el papa Francisco: “la uniformidad genera asfixia”.

La unidad en la Iglesia también puede verse amenazada por la pérdida de la fe, por la negación de Jesús en muchos aspectos que puedan ser incomprensibles. Por eso, el llamado a la fe y a la unidad no son cosas del pasado, sino del presente, del hoy, del momento histórico que ha tocado vivir.

En un mundo sin fe y lleno de divisiones, el llamado será entonces mirar a Nicea.


Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey.
Foto: Vatican News