A propósito de Judas y su muerte, de lo que hablamos aquí mismo hace unos días, mi amiga Teresa me hizo recordar algo que se me había quedado enredado en las brumas de la memoria: un capitel de la basílica de Santa María Magdalena de Vézelay, en la Borgoña francesa, donde se veneraban las reliquias de María Magdalena. En efecto, en el capitel se ve a Judas ahorcado, conforme al texto de Mt 27,5, con la lengua fuera, pero, en la cara contigua lo que vemos es a Jesús ‒según parece‒ cargando con el cuerpo del discípulo traidor, como un Buen Pastor verdaderamente singular.
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El 16 de junio de 2016 ‒según informó ‘La Stampa’‒, en San Juan de Letrán, el papa Bergoglio habló de este antiguo capitel medieval, y afirmó: “Don Primo Mazzolari […] era un sacerdote que había entendido bien esta complejidad de la lógica del Evangelio: ensuciarse las manos como Jesús, que no estaba limpio, e iba a la gente y la tomaba como era, no como tenía que ser”.
Y como a la memoria parece que le gusta establecer asociaciones, esto me ha llevado a recordar otra imagen. En el arcosolio del baptisterio de la capilla paleocristiana de Dura Europos ‒en la frontera entre Siria e Iraq‒, con frescos que pueden datar del año 230. En uno de ellos, debajo de un Buen Pastor con una oveja en los hombros –una de las representaciones de mayor éxito en el arte paleocristiano–, a cuya derecha aparecen más ovejas, se dejan ver un Adán y Eva muy esquemáticos. Aunque la conservación del fresco no es buena, parece claro que solo están las figuras de Adán y Eva, sin árbol ni serpiente. La explicación a esta aparentemente insólita asociación de Adán y Eva con el Buen Pastor la encontramos en un texto de san Ireneo: “Tras haber descendido por nosotros a las profundidades de la tierra para buscar allí la oveja perdida, es decir, su propia obra modelada por él, sube a las alturas para ofrecer y devolver al Padre al hombre así encontrado, efectuando en él mismo las primicias de la resurrección del hombre. Con el fin de que, así como la Cabeza ha resucitado de entre los muertos, el resto del Cuerpo, es decir, todo hombre que viva, resucite” (‘Contra las herejías’ III,19,3).
El Buen Pastor
Hay que agradecer que el pensamiento cristiano haya sabido sacar el gran partido que se ha podido apreciar a esa figura que tiene su origen en la Escritura, especialmente en el cap. 10 del evangelio de Juan: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas […] Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas” (Jn 10,11.14-15).
