El retrovisor


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Me considero una persona de carácter templado, que no tibio. Aunque, la verdad, son los demás los que nos conocen realmente. Nosotros, sin darnos cuenta, podemos hacer de nuestra vida un castillo en el aire. No es mi estilo bichear en redes, pero siempre hay un alma cándida que me envía una captura de pantalla sobre alguna polémica, a mi parecer desmesurada. Les encanta matar moscas a cañonazos. Normalmente, es porque alguno desea hacerse notable, ser alguien en el mundillo de la opinión, aunque solo se convierta en “un notas” (argot de barrio pasado de moda), porque intenta hacerse notar.



Estas notas incendiarias no me quitan la paz, pues están faltas de razonamientos y cargadas de visceralidad e insultos demagógicos. El que insulta nunca tiene razón, ha perdido el ‘oremus’. Seguro que quien las escribe se quedará satisfecho de haber puesto su pica en Flandes. Algunas de las personas que me envían estos pantallazos, como bofetones, me comentan que les van a contestar haciendo que razonen. No, ¡por Dios!, rebatirán tus reflexiones con vómitos. Para ellos, tú no tienes derecho a pensar distinto, ni a creer de otra manera, ni a ser plural o diferente, no existe más verdad que la de ellos. Una verdad en toda su brutalidad y sin pulir, es decir, sin empatía, sin capacidad de diálogo, sin sentido de la vulnerabilidad, ni mucho menos del perdón. Son germen de dictaduras.

Espejo retrovisor de automóvil

Estas personas nunca han mirado al frente, a un futuro posible, más humano, son como conductores enfurruñados que, ante cualquier problema, algo imprevisto, dan marcha atrás insultando a todos y mirando solo por el retrovisor. Y si son de los nuestros, cuerpo a tierra. Para estas personas, anclados en los límites del bando que sea –pues los extremos se tocan–, el resto que no estamos en su involución extremista somos los traidores, vendidos, pusilánimes, cobardes, los que nos dejamos comer la partida, los asociados a los verdugos, los herejes…

Perder poder

Estos energúmenos –sin insultar– en el sentido etimológico de la palabra, influenciados por una fuerza interna –de ahí la visceralidad–, quieren volver a un pasado que no existe, pendientes del retrovisor, pero, sobre todo, no quieren perder poder. Este es el quid de la cuestión. Pero ¡qué poder!, decía yo, mirando con compasión, a un muchacho bravucón, que aparentaba más valentía de la que tenía, abocado a ser tragado por un remolino de frustraciones personales, sociales, políticas y espirituales, mirando siempre a un pasado inexistente como única tabla de salvación. El Espíritu conmueve y mueve, nunca mira atrás, construye el futuro, recrea y, sobre todo, da luz y esperanza.

¡Ánimo y adelante!