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Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

La cizaña


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Cuando estudié algo de psicología en la carrera y aprendíamos lo más básico sobre algunos de los fundamentales trastornos de personalidad, nuestro profesor nos aliviaba insistiendo en que descubrirnos algún rasgo o tendencia cercano a esos trastornos no implicaba que los padeciéramos ni que tuviéramos que asustarnos. Vamos, que dudar de si hemos cerrado o no la puerta de casa no nos convierte sin más en alguien con trastorno obsesivo compulsivo ni nada de eso. Me hace bien recordar estas enseñanzas del pasado cuando me descubro con algún puntito de este tipo. Lo digo porque el otro día dudé si tendría un rasgo de misofonía, que es como se llama al trastorno que implica obsesionarse por un sonido. Es lo que me sucedió cuando una señora mayor que estaba a mi lado en misa se pasó las lecturas rebuscando en unas bolsas de plástico de esas que crujen.



Papeles de caramelos

Obviamente la situación no era para tanto, pero os aseguro que mi sensación era de un ruido desagradable y atronador que, por más que pretendiera ignorarlo, más imposible me resultaba y más nerviosa me ponía. Menos mal que, al comentarlo, otra persona me dijo que le sucedía lo mismo con el ruido de los papelitos de los caramelos que, además, suelen ser especialmente difíciles de quitar. Está claro que la pobre mujer que estaba a mi lado, a la que, además, intuyo bastante sorda, no era consciente de lo que me generaba el estrépito que hacía con sus bolsas, pero la situación me ha hecho pensar bastante en la incapacidad que a veces sufrimos para ignorar aquello que es insignificante mientras nos pasan inadvertidas otras muchas más importantes.

Campo Trigo Atardecer

A veces los medios de comunicación, las redes sociales o los políticos, siempre dispuestos a despertar polémicas, nos ponen en bandeja el distraernos de aquellas realidades en las que sí nos jugamos la existencia. Con todo, la mayoría de las veces no podemos echarle la culpa a nadie, sino que este despiste responde a esa tentación tan humana de fijarnos mucho más en la cizaña que crece inevitablemente junto a todo trigo, en vez de en la copiosa cosecha que este pueda dar (cf. Mt 13,27-29). Nadie está libre del constante riesgo de quedarnos atascados en pequeñas dificultades que nos bloquean, que acaparan toda nuestra atención sin merecerla y, sobre todo, que se la roba a aquello que sí lo merece… como me sucedió a mí con el ruidito de las bolsas.