Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

El veneno de la mezquindad


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Si algo se ha intentado abordar en este espacio es el empeño constante por el bien, en creer que es posible que cada persona pueda ser mejor y que las sociedades no están perdidas para siempre. Aunque no desde un optimismo etéreo pues también existen aspectos oscuros en cada uno que necesitan ser iluminados, y uno de ellos es la mezquindad.



El Diccionario de la Real Academia Española define al mezquino como aquella persona falta de nobleza y generosidad en el modo de obrar. No se refiere a la nobleza monárquica, sino a la nobleza como cualidad moral inclinada al bien y a la honradez.

Es decir, el honesto o el que trabaja para no ser corrupto posee en sí una nobleza de corazón. Le preocupa no solo no hacer el mal, sino también que el mal no perjudique a otros. ¡Y vaya que necesitamos una nobleza de este tipo en el mundo!

El segundo aspecto es la falta de generosidad, que tiene su raíz en el egoísmo, en el encierro en un “yo” que renuncia al “nosotros”. Sin embargo, la mezquindad va más allá. No es solo no hacer el bien, ni siquiera hacer el mal (lo cual ya es grave), sino contentarse porque al otro le vaya mal o esté sufriendo.

Es una avidez por la desgracia ajena, con una idea deformada que podría definirse como un “mal mayor”. Esta forma de pensar dicta que, si yo estoy mal, los demás también tienen que estarlo o, incluso, estar peor. Y si no lo están, la persona mezquina se esfuerza para que todos lo estén.

Rixio Portillo

La mezquindad es fruto del egoísmo

La mezquindad es el antónimo del bien común y de la solidaridad, una extensión perversa del egoísmo y un veneno que puede alimentar la mente y el corazón de muchos.

La mezquindad en la política, por ejemplo, se manifiesta no solo deseando el mal al partido opositor, sino anhelando que este nunca más alcance el poder, una forma de exterminio ideológico, como si quienes gobiernos se creyeran eternos. Pero los malos tienen los días contados, porque todo mal se revierte y destruye.

La mezquindad social aparece cuando se cree que el sufrimiento de muchos es merecido. Esto se basa en una visión reducida de la justicia en la que cada uno no recibe lo que le corresponde, sino lo que yo creo que le corresponde. De aquí surgen frases como: “Se lo buscó”, “Se lo merece” o “¿Quién lo mandó a hacer?”. Esta actitud desde un ligero pero peligroso frescor de creer que se tiene la razón.

La mezquindad parte del “yo”: si yo no puedo, si a mí no me va bien, que al otro tampoco. Por tanto, es una espiral de males, peor aún cuando se intenta justificar. En esto, la cultura de masas tiene su cuota al ‘romantizar’ a los villanos y convertirlos en víctimas de una historia, cuando en realidad decidieron ser verdugos.

La mezquindad está allí, a la vuelta de la esquina: en un compañero de trabajo que solo cree en su ego; en un vecino que cree que puede aprovecharse de todos; en un político que solo busca aplastar a quien piense distinto. En aquel que se enoja porque premian a otro y que, en el fondo, lo envidia. Es también mezquino no asumir la responsabilidad de las acciones y omisiones.

Lo lamentable es que hoy hay tanta gente encerrada en su pequeño grupo de ideas, en su minúsculo partido (aunque sea mayoría), en su pequeña devoción, en sus falaces pseudo verdades. Alimentándose de la mezquindad.

Hacer de la mansedumbre un tarea permanente

El tema, entonces, es seguir alerta: no ser mezquino, no alimentar mezquindades, no dar palco y megáfonos a gente mezquina, no votar por ellos, no sentarlos en el poder, no llenarlos de likes en redes sociales y no ponerlos como modelos a seguir.

Y para no quedarnos con un mal sabor de boca, la tarea será cultivar la magnanimidad, que es la virtud que comprende la benevolencia, la clemencia, la elevación del ánimo, el desprendimiento y la generosidad.

Sí, aquellos a quienes Jesús les diría: Dichosos los magnánimos, pues tienen clemencia, se dan y se esfuerzan por el bien suyo y el de los demás, con una nobleza de espíritu.

¡Ay de los mezquinos!, que con su odio ya tienen su recompensa: envenenados por ellos mismos, dejan morir el bien que tienen en el alma.


Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey