Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Cómo reaccionamos ante la lluvia


Compartir

No hay duda de que el lugar donde naces marca la relación que establecemos con el clima. Vamos, que mientras en Groenlandia conviven con soltura en medio del frío, una ola glaciar paralizaría la vida en este lado del mundo. No se parece demasiado el ejemplo, pero el modo en que en Andalucía se relacionan con la lluvia dista bastante de cómo nos situamos ante ella por el norte de la península.



El paraguas y las botas de agua, que formaban parte de mi indumentaria escolar durante la infancia, no son nada habituales por estos lares. Cuando llueve en Granada, el movimiento de la mayoría de la población se reduce lo máximo posible y es frecuente aplazar planes para evitar salir a la calle. Es lo que no pudo hacer el otro día una señora que no conocía, a la que le pilló una lluvia bastante fuerte en la calle y que me pidió que le tapara con mi paraguas cuando pasé a su lado.

En lo que pude acompañarla a unos soportales cercanos a la parada del autobús que quería coger, me contó que llevaba un rato largo intentando coger un taxi, que había pensado que llovería más tarde y no se había preparado para la tormenta que estábamos vadeando.

Eso de que no tuviera reparo en pedir que le compartiera mi paraguas, que se agarrara al brazo de una total desconocida y que me fuera contando de dónde venía y cuáles eran sus planes para regresar a casa no solo me resultó muy simpático, sino que me hizo pensar mucho en esos pequeños gestos que convierten en amable una ciudad que, como todas, puede resultar hostil.

Hombre lluvia

Hombre en la lluvia. Foto: EFE

Bajo sus alas

Al fin y al cabo, ella había mostrado su confianza en la bondad de la gente y en su deseo de ayudar cuando es posible. Y así, dos desconocidas agarradas por el brazo compartimos la protección de un paraguas en plena tormenta.

Como una tiene cierta deformación profesional, me ha venido en estos días esta escena sin poder evitar acordarme de la historia de Rut y Noemí. Dos mujeres que, saliendo de lo que podría resultar más práctico, se lanzan juntas a vadear las circunstancias adversas, sosteniéndose una a la otra y resguardándose bajo la protección del Señor “bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (Rut 2,12).

No creo que vaya a llover mucho más por Granada, pero sí creo que nos iría mejor si vamos aprendiendo a pedir ayuda cuando sea necesario, a confiar con lucidez en la bondad de los demás, a apoyarnos unos a los otros cuando las cosas se ponen difíciles y a caminar sabiéndonos resguardados por Aquel que, si bien no nos ahorra chaparrones, nos cuida misteriosamente cuando nos refugiamos bajo sus alas.