La verdad es que me gusta celebrar la Eucaristía. Disfruto con los silencios, el acompasado ritmo, la sencillez de los gestos, la simplicidad de los detalles… y siempre huyo de todo lo que me arrastre a una puesta en escena, que me recuerde al teatro del que soy tan aficionado, las voces huecas y demasiado impostadas de los viejos actores (“si tú no hablas así”, le dije una vez a un cura), los alambicados decorados y escenarios recargados… pero también sufro con la vulgaridad de otros para celebrar el misterio.
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Con la liturgia, que significa servicio público u obra del pueblo, expresamos y vivimos públicamente nuestra fe, todo está en plural, porque no se trata de una devoción privada, o a mi gusto, sino que implica a toda una comunidad congregada para vivir el misterio de nuestra fe: “¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús!”.
Nuestro último Concilio marcó las pautas celebrativas de las liturgias sacramentales, entre ellas la de la Eucaristía. Pero ahora parece que volvemos las miradas hacia atrás. Cuando paso por el Monasterio de san Isidro de Dueñas, disfruto de sus celebraciones por la sencillez y la naturalidad. El altar vacío, los vasos sagrados desnudos, sin conopeos ni palias, incluso solo dos candelabros que colocan fuera del altar.
Sobriedad y vacío
A lo largo de los siglos, hemos ido añadiendo aditamentos, no esenciales, al gusto de la época. Yo creo que la sobriedad y el vacío nos ayudarán más a encontrarnos cara a cara con Él. Una comunidad orante necesita de pocas cosas, simplemente la unción del corazón. Celebramos en comunidad: por eso, las posturas, las voces, y los signos deben ser al unísono, en unidad, pero cada vez aparecen más devociones particulares de cada fiel, o del párroco, que nos obliga a la comunidad a aceptar sus gustos.
En algunas iglesias han surgido, de la nada, los comulgatorios que no había visto en mi vida. A mí me enseñaron que la fila para ir a comulgar es una procesión de fe. Que he de comulgar de pie, la postura del Resucitado, en la boca o en la mano. Pero me he encontrado con quien se hincó de rodillas y elevó las manos sobre su cabeza para recibir la comunión. Ver para creer.
Intereses particulares
Siempre pido que los candelabros estén en los laterales o abajo del altar, porque, como un código de barras (que nadie entiende y necesita descodificador), impiden que la comunidad vea lo esencial: el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En definitiva, han dado la vuelta al altar de cuando se celebraba de espaldas. Los antiguos ritos se nos cuelan por intereses particulares de unos pocos, que nos imponen sin respeto y nos dividen.
¡Ánimo y adelante!

