Cuando escribo estas líneas, la flotilla que salió de Barcelona hace ya bastantes días aún no ha llegado a Gaza, como es su intención. En esa flotilla se encuentra Ana Alcalde ‒conocida como Barbie Gaza‒, una activista e ‘influencer’ que se ha hecho famosa, tristemente famosa. Esta conversa al islam y madre de seis hijos ha llegado a afirmar en una entrevista en una televisión que no hubo violaciones entre las mujeres israelíes secuestradas por Hamás el 7 de octubre de 2023, incluso que escuchó decir a una de esas secuestradas que se sentía fea porque los secuestradores no le hicieron nada. Sin comentarios.
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Los dos ciegos del Antiguo Testamento
En la Escritura, la ceguera, como es natural, se concibe como un mal que a veces sufren los seres humanos. En el Antiguo Testamento hay dos ciegos relativamente notables. El primero es Isaac: “Cuando Isaac se hizo viejo y perdió la vista…” (Gn 27,1). A continuación se narra la famosa escena en que Jacob engaña a su padre para “robarle” la bendición que le correspondía a su hermano Esaú en cuanto primogénito. En la tradición judía, la ceguera de Isaac se “explicará” no por la vejez, sino de otro modo. En el targum (la traducción aramea del texto hebreo) se aprovecha el versículo de Ex 12,42 para introducir el llamado “poema de las cuatro noches” (explicitación del sentido mesiánico de la noche pascual); esto es lo que se dice de la “segunda noche”: “La noche segunda: cuando Yahvé se apareció a Abrahán, centenario, y Sara, nonagenaria, para cumplir lo que dice la Escritura: ‘¿Por ventura Abrahán, de cien años, engendrará, y su mujer Sara, de noventa años, parirá?’ E Isaac tenía treinta y siete cuando fue ofrecido sobre el altar. Los cielos descendieron y bajaron e Isaac vio sus perfecciones y quedaron nublados sus ojos por sus perfecciones; y la llamó segunda noche” (Targum Neófiti).
El segundo ciego famoso del Antiguo Testamento lo encontramos en el libro de Tobías, donde se cuenta la historia de una familia judía que vive en el Imperio asirio. El padre, Tobit, es presentado como un judío ejemplar. Tras hacer una de las obras de misericordia judías ‒enterrar a los muertos‒ y sufrir la burla de sus vecinos, “aquella noche, después de bañarme, salí al patio y me recosté en la tapia, con la cara descubierta porque hacía calor. No había advertido que sobre la tapia, encima de mí, había gorriones. Sus excrementos aún calientes me cayeron sobre los ojos y me produjeron unas manchas blanquecinas. Acudí a los médicos para que me curasen; pero cuantos más remedios me aplicaban, más vista perdía a causa de las manchas; hasta que terminé totalmente ciego” (Tob 2,9-10). Como se sabe, la historia tendrá un final feliz.
Dice un refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Lo que le ha ocurrido a Barbie Gaza va más allá de la ceguera voluntaria, entrando de lleno en el terreno de la maldad.
