Sugerí a algunos cardenales y personas próximas a círculos pontificios que trasladasen al papa León XIV la necesidad urgente de que la Iglesia católica se comprometiera, de forma abierta e institucional, con la flotilla Sumud, de acuerdo con las exigencias del Evangelio.
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Me parece un testimonio necesario en el mundo de hoy que la Iglesia clame por la apertura inmediata de los corredores humanitarios en un país atenazado por la hambruna que impone el gobierno genocida de Netanyahu, con la complicidad escandalosa y delirante del actual gobierno de los Estados Unidos.
“Ya nos dieron audiencia para ello, pero será para finales de octubre”, me dicen desde Roma. Lamentablemente, para entonces, Gaza será ya un erial de muerte y de ignominia, y las máquinas de Donald Trump empezarán a levantar un resort de lujo sobre la sangre de tantos inocentes.
Llegar tarde
Nuestra inercia de siglos nos hace llegar siempre (siempre, siempre) tarde. Perdimos el tren de la lucha democrática frente a las monarquías absolutas, el tren de ciencia, el tren de los obreros, el tren de la juventud, el tren del diálogo interreligioso… Gracias a Francisco, cogimos por los pelos el tren de la lucha ecológica y el del respeto por la diversidad sexual.
Parece que Vatican Station empieza a ser un grupo de andenes ruinosos y polvorientos, una red de vías muertas donde hace mucho que no se espera ningún tren.
Y de nuevo, la vergüenza de las generaciones nos señalará desde las páginas incontestables de los libros de historia.
¿No hay forma de cambiar esto?
