Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Siete veces siete


Compartir

Nunca he tenido demasiados problemas con eso de cumplir años. Tengo bastante claro que la juventud es la única enfermedad que se cura con el tiempo, que es mucho peor no cumplir años a hacerlo y, sobre todo, que no volvería hacia atrás ni para coger carrerilla. En el supuesto de que se pudiera regresar hacia atrás en el tiempo, me daría una pereza enorme tener que volver a actuar como corresponde a alguien más joven y hacer aprendizajes que ya he hecho porque, claro, sería “trampa” regresar a otra edad con el bagaje existencial que ahora tengo. Además, para ser sincera, si pudiera hacer ese camino de vuelta a la juventud, no quisiera ahorrarme ni uno de los miles de errores, dificultades, heridas o meteduras de pata que jalonan cada uno de los años de mi existencia. Soy lo que soy gracias a todo eso y, por mucho que siga siendo una versión por actualizar y mejorar de mí misma, estoy bastante satisfecha conmigo.



Entre el 4,9 y el 5

Digo todo esto porque el otro día cumplí años y, claro, esta es una reflexión que brota de manera inevitable cuando se soplan las velas. Sí, estoy recién estrenando los cuarenta y nueve años, así que el comentario más recurrente ha sido recordarme lo poco que me falta para cumplir el medio siglo y “darle la vuelta al jamón”. Esta insistencia en repetirme lo cerca que estoy de cambiar de década me ha recordado bastante a la banda sonora que se repite en bachillerato sobre la selectividad y el acceso a la universidad. Está claro que el examen que nos espera será al final de la vida y sobre el amor, pero el cumpleaños es siempre una buena excusa para recordarnos la importancia de la evaluación continua y de ir germinando “frutos buenos” a nuestro alrededor, pues ahí es donde se aprecia la bondad de la existencia (cf. Lc 6,43-45).

Velas de cumpleaños

Velas de cumpleaños

Aunque pueda sonar un poco extraño, tengo que confesar que me parece mucho más bonito cumplir cincuenta años que cuarenta y nueve. Debe ser porque, por deformación profesional, 4,9 es una nota que no llega a aprobar por apenas una décima, mientras que el cinco es, al menos en esta parte del mundo, la nota mínima para superar una asignatura. Alguien, con quien compartía mi preferencia por un número de años más redondo, aunque implicara un cambio de década, me ha hecho regresar a mis raíces bíblicas para recordarme que cuarenta y nueve son también siete veces siete. En la Escritura, este número siempre remite a la perfección y a lo completo, así que siete veces siete apunta a una plenitud humana y existencial, esa que es una participación en la perfección divina en el amor y tiene rostro de misericordia (cf. Lc 6,36) ¿no os parece?