Una canonización de dos jóvenes como la que hemos celebrado –uno en plena juventud, el otro todavía adolescente– a muchos les puede parecer una novedad pues parece que este tipo de ceremonias suelen presentar a personas de vida larga y venerable, un recorrido existencial adornado por las buenas obras y por muchas virtudes. Esa es la idea que más o menos tenemos de los santos y en muchos casos es así. Para algunos incluso santidad y juventud no casan bien pues piensan que la segunda es el tiempo de experimentarlo todo, lo bueno y lo malo -¿por qué no?- y también el tiempo en que los errores se miran con indulgencia, mientras que la santidad sería el fruto de haber sentado la cabeza y haber aprendido de los errores juveniles.
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Sin embargo, la historia de la Iglesia, que es muy larga, nos habla de innumerables santos jóvenes, ya desde los primeros siglos y como una constante en todas las épocas hasta llegar a nuestros tiempos. Podríamos comenzar recordando a Pancracio, quien con apenas 14 años fue martirizado en Roma durante las persecuciones de Diocleciano, hacia el año 304. En la misma época vivió Inés, de unos 12 o 13 años, que fue ejecutada por permanecer fiel a su consagración virginal. Poco después en Siracusa, Lucía, con poco más de 20 años, se negó a casarse y a adorar a los dioses paganos, su testimonio se convirtió en símbolo de pureza y firmeza cristiana. También Tarsicio, jovencísimo acólito, murió apedreado mientras defendía la Eucaristía que llevaba escondida para los cristianos encarcelados. Las mártires Perpetua y Felicidad, Águeda o Cecilia eran un poco más mayores, pero no pasaban de los 22 años.
Mujeres al frente
En la Edad Media, la historia recuerda en Inglaterra al rey san Eduardo que, todavía adolescente, con 16 años fue asesinado dolosamente por los criados de la madrastra en 978. Resplandece también con fuerza la figura de Juana de Arco, que con tan solo 19 años encabezó a las tropas francesas guiada, según afirmaba, por voces celestiales, murió en la hoguera en 1431, como mártir de la fe y de su pueblo. La princesa Isabel de Hungría, aunque vivió solo 24 años, se convirtió en modelo de caridad y entrega a los pobres. En Italia, vivió Rosa de Viterbo, una adolescente franciscana que, con apenas 18 años al morir, dejó un testimonio ardiente de predicación y amor a la Virgen. En Andalucía, Pelayo moría con 14 años por defender su castidad durante el Califato cordobés de Abderramán III.
Con la renovación espiritual de la Edad Moderna, surgen jóvenes cuya santidad se manifestó en la vida cotidiana y en la entrega heroica. En Polonia, San Estanislao de Kostka ingresó a la Compañía de Jesús contra la oposición de su familia y, a los 17 años falleció en Roma en 1568. Poco después, San Luis Gonzaga murió a los 23 años tras contagiarse de una peste mientras cuidaba a enfermos; su radical entrega lo convirtió en patrono de la juventud. En Norteamérica, floreció el testimonio de Kateri Tekakwitha, llamada “lirio de los Mohawks”; abrazó con entusiasmo la vida cristiana y murió a los 24 años en 1680, la primera santa indígena del país. En el lejano Pacífico, encontramos a San Pedro Calungsod, catequista filipino que acompañaba a los jesuitas en la misión de Guam; con apenas 17 años, en 1672, murió mártir al proteger a un sacerdote durante una persecución contra los cristianos. Su valentía lo convirtió en ejemplo de entrega misionera juvenil.
Ejemplo de fortaleza
Ya en el siglo XIX aparecen figuras de gran cercanía a nuestra época. Nunzio Sulprizio, joven italiano huérfano y aprendiz de herrero, sufrió una grave enfermedad que ofreció con paciencia y murió con solo 19 años en 1836, dejando un ejemplo de fortaleza y confianza en Dios. Domingo Savio, el discípulo predilecto de san Juan Bosco, murió a los 14 años en 1857. Teresa del Niño Jesús, carmelita francesa y única joven declarada Doctora de la Iglesia, entró en el convento con solo 15 años y murió a los 24 en 1897, dejando su célebre “camino de confianza y amor” que ha inspirado a millones. Isidore Armand Quémerais, joven sacerdote francés, murió a los 26 años en 1873 ayudando a enfermos durante una epidemia, mostrando entrega y caridad heroicas.
Entrados en el siglo XX, Ceferino Namuncurá, hijo de un cacique mapuche en Argentina, ingresó como salesiano con el anhelo de servir a su pueblo como sacerdote y murió en 1905, con apenas 18 años, víctima de tuberculosis. Laura Vicuña, adolescente chilena que vivió en Argentina, con tan solo 13 años ofreció su vida a Dios por la conversión de su madre en 1904. También carmelita descalza, Teresa de los Andes moría en Chile con 19 años en en 1920. En España, María Antonia Bandrés y Elósegui entró en la congregación de las Hijas de Jesús y murió a los 22 años, ofreciendo su vida en sencillez y alegría. Josef Engling, joven alemán miembro de la Juventud Salesiana, murió con 20 años en 1918 durante la Primera Guerra Mundial, destacando por su piedad, humildad y dedicación al prójimo. Conchita Barrecheguren, joven granadina de vida ejemplar, murió en 1927 a los 22 años, consumida por la tuberculosis, con serenidad y una sonrisa constante.
Confianza sencilla y firme
En Italia, poco después, vivió Marianna Boccolini, que falleció en 1934 a los 22 años, ofreciendo sus sufrimientos en unión con Cristo y mostrando una confianza sencilla y firme. También allí, en 1946, murió el adolescente Egidio Bullesich, con solo 14 años, recordado por la pureza de su vida y su entrega generosa a los demás. La barcelonesa Montserrat Grases García, conocida como Montse, alegre, generosa y profundamente unida a Dios en lo ordinario, afrontó un cáncer doloroso con fe serena; murió en 1959 a los 17 años, dejando un ejemplo de alegría y santidad en lo cotidiano.
Como las antiguas mártires de los primeros siglos, Santa María Goretti, con apenas 11 años, fue asesinada al resistirse a un intento de violación, y antes de morir perdonó a su agresor. En Brasil, la Beata Albertina Berkenbrock, de 12 años, fue igualmente martirizada en 1931 por defender su pureza. En Polonia, Karolina Kózka, de 16 años, fue asesinada brutalmente en 1914 por no ceder a las pretensiones de a un soldado ruso. El congoleño Beato Isidore Bakanja, catequista laico, fue martirizado en 1909 a los 20 años por llevar consigo un rosario y difundir la fe cristiana entre sus compañeros. En México, durante la persecución religiosa de los años veinte, el adolescente San José Sánchez del Río, de 14 años, y el joven Francisco Castelló de 22, fueron torturados cruelmente.
Numerosos mártires
En España, durante la Guerra Civil, se cuentan numerosos jóvenes mártires como Ignacio Aláez Vaquero de 22 años, junto con otros seminaristas de Madrid, el agustino José López Piteira, de 24 años, o el estudiante Joan Roig, de 19 años, y tantísimos otros, todos fusilados por su fe. También en plena Guerra Civil, sin ser mártir, el joven seminarista de Tomelloso Ismael Molinero Novillo, de 16 años, murió en 1937 en la cama de un hospital como prisionero de guerra, ofreciendo su vida a Dios con serenidad y confianza, testimonio de fidelidad en tiempos de dolor.
En Italia, Mario Ghibaudo, seminarista de 23 años, durante la Segunda Guerra Mundial se ofreció para ocupar el lugar de un padre de familia que iba a ser ejecutado. Salvo D’Acquisto, carabiniere, en 1943, a los 23 años se ofreció para morir fusilado en lugar de un grupo de inocentes durante la ocupación nazi. Ya al final de la guerra, Rolando Rivi, seminarista de 14 años fue asesinado por los milicianos comunistas en 1945 por no renunciar a su sotana.
Por la unidad
En esta época también se puede recordar el testimonio de María Gabriella Sagheddu, monja trapense sarda, que a los 25 años ofreció su vida en 1939 por la unidad de los cristianos. Murió de tuberculosis poco después, pero su entrega silenciosa se convirtió en semilla de ecumenismo. En España, Faustino Pérez-Manglano, un adolescente valenciano lleno de alegría, devoto de la Virgen y de la Eucaristía; enfermó de cáncer y murió en 1963 a los 16 años, dejando escritos que muestran una fe madura y serena.
Ya hacia finales del siglo, la madrileña Alexia González-Barros afrontó con fortaleza una dolorosa enfermedad que la llevó a la muerte a los 14 años, en 1985, ofreciendo sus sufrimientos con una sonrisa. En Italia encontramos a Alberto Michelotti y Carlo Grisolia, dos jóvenes amigos genoveses vinculados al Movimiento de los Focolares. Decidieron juntos ayudarse mutuamente a llegar al cielo y ambos murieron con apenas 20 años, en 1980, a causa de enfermedades distintas, pero unidos en un mismo deseo de entrega a Dios. Sandra Sabattini, una muchacha que soñaba con ser médico en África y que dedicaba su vida a los pobres y a los drogodependientes, falleció a los 22 años en 1984 en un accidente de tráfico, ya estaba preparando su boda.
Más cercanos
Entre finales del siglo XX y comienzos del XXI otros jóvenes emprendieron el camino que había seguido Pier Giorgio Frassati y después siguió Carlo Acutis. Angélica Tiraboschi, alegre y cercana a todos, que murió con solo 19 años en 1990, dejando tras de sí un ejemplo sencillo de fe vivida en lo cotidiano. En el mismo año, Chiara Luce Badano murió con apenas 18 años tras una larga enfermedad, ofreciendo sus dolores con una sonrisa. Matteo Farina, un excelente estudiante que desarrolló una pasión por la ciencia y la música y se destacó por su devoción a Pío de Pietrelcina y Francisco de Asís y su impulso apostólico, fallecía de tumor cerebral con 18 años en 2009. En Argentina, Carlos Rodolfo Yaryez murió en 1990 a los 24 años tras una breve enfermedad, ofreciendo su vida con profunda espiritualidad e intensa devoción mariana. Su compatriota, María Cruz López, una joven laica conocida por su gran sonrisa, dedicación y ofrecimiento por la paz, falleció a los 19 años en 2006.
En África, el joven camerunés Jean Thierry Ebogo, seminarista apasionado por Cristo y por la Virgen María, murió en 2006 a los 24 años, después de una dura enfermedad, dejando un testimonio de confianza y abandono en Dios que conmovió a su comunidad. En Filipinas, Darwin Ramos creció en extrema pobreza mendigando en la calle y con una grave enfermedad degenerativa; fue acogido por una fundación y, desde su fragilidad, transmitió esperanza y fe a quienes lo rodeaban. Murió en 2012 a los 17 años, considerado hoy “el santo de la calle”.
Con valentía
Entre los mártires de tiempos recientes, Floribert Bwana fue un joven congoleño nacido en 1981 en Goma (República Democrática del Congo); trabajaba como inspector de aduanas y, a sus 26 años, se enfrentó con valentía a intentos de corrupción en la frontera. Se negó a permitir la entrada de alimentos en mal estado, pese a recibir amenazas, y finalmente fue secuestrado y asesinado en 2007. En Pakistán brilla la historia de Akash Bashir, joven laico de 20 años, alumno de un colegio salesiano en Lahore, que en 2015 se ofreció como voluntario para proteger la entrada de su iglesia. Cuando un terrorista intentó entrar, Akash lo abrazó para evitar la masacre y murió en la explosión, entregando su vida por los demás. En tiempos muy cercanos, en Polonia, la joven misionera Helena Agnieszka Kmiec fue asesinada en 2017 en Bolivia, mientras servía en un hogar para niños; tenía 26 años y su alegría en la misión la convirtió en ejemplo de entrega juvenil al Evangelio. La congoleña Thérèse Déchade Kapangala Mwanza, de 24 años, fue asesinada en 2018 durante una manifestación pacífica en su país, era muy activa en las actividades de su parroquia.
Y podríamos añadir una lista muy larga que no cabría en este artículo, porque la historia de la Iglesia realmente nos presenta un sinfín de santos jóvenes cuyos testimonios han animado a los cristianos de todos los tiempos con su entusiasmo juvenil.



