Raúl Molina
Profesor, padre de familia y miembro de CEMI

Metodología epistolar del diecinueve


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Sucede de manera recurrente en educación -actividad a la que me dedico profesionalmente-, que aparecen y desaparecen metodologías que se presentan como la solución definitiva al aprendizaje. En ambientes eclesiales, el Sínodo de la Sinodalidad nos ha traído los “círculos de escucha” como el inmejorable método de discernimiento comunitario. ¿Cómo haría san Benito, que sentaba a sus hermanos en bancos corridos, para discernir en comunidad?



Chanzas aparte, me quiero quedar con el fondo de la propuesta de los círculos de escucha: la circularidad, que elimina las diferencias de rango jerárquico, intelectual o de carisma; y la escucha, que da valor a lo que el otro expresa.

Nos dominan los discursos atropellados en los que prima la lucha por la razón. Si debatimos, convertimos la tertulia en un rin de boxeo; si nos movemos en las redes, buscamos llamar la atención con algún texto lo suficientemente breve e impactante, o nos limitamos a posicionarnos con un like o un no like; y, en muchas ocasiones, en nuestros silencios estamos rumiando nuestro desacuerdo. No hay círculos. No hay escucha.

Yo mismo, cuando publico estas breves reflexiones, me descubro subido en un púlpito convencido de que mis soflamas son una imprescindible e irrefutable luz para ignorantes.

Las trincheras

En el diálogo, nos atrincheramos. Nos atrincheramos en el completo sentido de la palabra “trinchera”: tildamos al otro de enemigo; utilizamos el lenguaje como arma arrojadiza que impida que el otro se acerque a mi territorio; y, definitivamente, me escondo, porque, en el fondo, no quiero sentirme interpelado, no quiero que me caigan las bombas del otro, aunque vengan cargadas de buenas noticias.

Los grandes encuentros de Jesús en el evangelio desnudan al que se enfrenta abiertamente a la mirada del nazareno. El joven rico, la samaritana, Nicodemo o Pilatos, se abrieron a la palabra del otro experimentando, primero, el desconcierto, luego, la duda y finalmente la inquietud. No quedaron indiferentes.

Y, es que la duda es territorio sagrado. Lo otro, la certeza, es pretender encerrar la grandeza del hombre, del mundo y de Dios en nuestra limitada materia gris. La duda es una charca en la que no hacemos pie, que nos llena de inseguridad, pero que nos genera una serenísima sensación de placidez.

Sínodo de la Sinodalidad 2024

Sínodo de la Sinodalidad 2024

Quizá debamos volver a la erradicada costumbre del correo postal, al viejo hábito de escribir cartas en las que derramar mis emociones, mis experiencias y mis inquietudes. Volver a rellenar páginas blancas pensando en el otro; releer lo escrito para ver si es digno de ser enviado; cerrar con cariño el sobre, completar la dirección con nuestra mejor letra y bajar al buzón más cercano sabiendo que esas palabras ya no me pertenecen. Luego esperar que la carta del otro llegue con un punto de estimulante ansiedad; recibir la carta y abrir el sobre como si de un abrazo al amigo se tratara; y leer una y otra vez los garabatos que me hablan del otro, de sus emociones, de sus experiencias y de sus inquietudes.

Para las cosas importantes de la vida, la prisa no es buena. Propongo volver a la metodología epistolar del diecinueve.

Conviene sacudirse el polvo.