No sé si muchos de quienes lean esto comparten conmigo la experiencia, pero, a estas alturas, septiembre ya se me está haciendo demasiado largo. Al menos en esta parte del mundo, este es un mes en el que, además del curso escolar, se inician muchas cosas mientras se emprende la siempre difícil tarea de reactivarse desde ese estado de calma tan propio del verano. De hecho, hasta la misma ciudad parece estar reiniciándose en estos días. Granada, aún en medio de unos calores que prometen acompañarnos durante bastante más tiempo, va recuperando la vida que parecía adormilada durante agosto. Los negocios se reabren después del merecido descanso, las calles se llenan de gente y los apartamentos vecinos se empiezan a llenar de nuevos habitantes.
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Con el inicio de septiembre, Granada también se repuebla de estudiantes que llegan de distintos lugares y que, al menos en mi zona, comparten pisos e introducen nuevos rostros y voces en el patio de vecinos. Así, el espectáculo que una servidora puede ver desde las ventanas de su casa es de lo más variado. Tenemos amantes de las rancheras, parejas que tienen sus tertulias mientras fuman, un señor mayor que sale a la terraza a hacer sus arreglos de costura, algún bebé que a veces reclama el alimento a su tiempo, un par de gatos (aunque solo se escuche a uno de ellos en celo) y numerosos estudiantes que van aprendiendo a convivir con sus compañeros y, de vez en cuando, tienen sus roces entre ellos… de los que todos los vecinos somos testigos.

“Un Dios escondido” (Is 45,15)
Desde la ventana de mi casa no solo se puede adquirir una visión panorámica de esa pluralidad que caracteriza a la condición humana y que atraviesa toda la sociedad. Mirar desde ahí es, además, como asomarse a la vida de otros. Es familiarizarse con sus costumbres y conocerlos en tareas tan cotidianas como colgar la ropa, escuchar música o ver la televisión. Es, de algún modo, “colarse” sin pretenderlo en esa parte de la existencia más ordinaria y casera, esa que, sin maquillaje ni arreglos, reservamos para la gente con la que tenemos más confianza. Me gusta pensar que es ahí, en esa dimensión de la vida que apenas se intuye desde el patio de vecinos, donde se mueve con soltura Aquel al que Isaías definía como “un Dios escondido” (Is 45,15) y que nos acompaña en lo cotidiano… incluso en este eterno mes de septiembre.
