La muerte tras un ataque al candidato presidencial en Colombia, Miguel Uribe Turbay, es, sin duda alguna, un síntoma alarmante de la pérdida de la democracia en América Latina. Aunque el discurso ideológico insista en su propaganda, la realidad es que no es posible justificar la eliminación del otro.
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Y no, no es un asunto exclusivo de los colombianos —quienes tendrán su cuota de responsabilidad por las decisiones tomadas—; también se trata de cómo se entiende la democracia y la política desde el antagonismo y el irrespeto a la diferencia.
La democracia no es solo ser mayoría —hay que repetirlo—: La democracia no es solo ser mayoría, sino el respeto y la protección a quien piensa distinto, sobre todo cuando tiene el derecho de hacerlo. Los totalitarismos comienzan por la homogeneización del pensamiento.
En democracia, las minorías deben ser respetadas, reconocidas e involucradas en las discusiones sobre los problemas que afectan a todos, siempre con los ideales superiores del bien común como horizonte.
En democracia no hay cabida para la violencia
Violencia y democracia no son compatibles. No pueden ir de la mano: la una menoscaba a la otra, y la segunda pierde todo fundamento cuando justifica a la primera.
No hay democracia con violencia; no es demócrata quien recurre al discurso de odio hacia el otro, ni puede llamarse democracia a un sistema donde se arrebata la vida a alguien por ser oposición. No es ético callar porque no se comparte la visión del asesinado, sería revictimizarlo, y un silencio cómplice.
La violencia física tiene numerosos ejemplos a la vista de todos, pero también existe la violencia que se ejerce desde la narrativa del discurso o la violencia simbólica, manifestada en gestos y acciones. El desprecio hacia el otro no es señal de talante democrático, aunque se tengan los votos.
Reducir la política al enfrentamiento es un flaco favor a la conciencia civil y democrática que demanda una sana convivencia social y un desarrollo humano integral, en el que todos estén involucrados.
Y no, no hay culpables externos, ni enemigos internos, ni colonizadores del siglo pasado. La democracia ha sido gravemente vulnerada por los propios, en esa sed insaciable de permanecer en el poder.
Razón y mansedumbre
Pero al odio no se le responde con odio; a la violencia no se le responde con violencia. La razón humana y la mansedumbre deben ser las primeras referencias en un ejercicio consciente de que el cambio es necesario.
La conciencia democrática de los pueblos debe ser una tarea permanente. El reconocimiento y la vivencia de las diferencias, en la pluralidad de ideas, temas que deben ser cultivados en las nuevas generaciones. Una democracia con visión de gueto es caldo de cultivo para una dictadura.
La política es la expresión más alta de la caridad; por tanto, todos están llamados al ejercicio virtuoso de esta, y no a la práctica viciosa de la ofensa y el descrédito.
Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad Monterrey.
Foto: EFE
