La Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) tiene nueva presidenta desde mayo: la australiana Oonah O’Shea, superiora general de las Hermanas de Notre Dame de Sion –presentes en los cinco continentes–. Ella coge el testigo al frente de las religiosas del mundo de la irlandesa Mary Barron, de las Hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles. Pero su liderazgo es sinodal, por eso, remarca que junto a ella trabaja codo con codo el Consejo Directivo, al que se une como vicepresidenta la argentina Graciela Francovig, superiora general de las Hijas de Jesús. Con ambas compartirán el camino hasta 2028 Priscilla Latela, superiora general de las Misioneras Claretianas, y la española Rita Calvo, superiora general de la Compañía de María.
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De padres irlandeses, O’Shea ha sido maestra de primaria en escuelas católicas y activista de la Juventud Obrera Cristiana (JOC) en Australia antes de entrar en 1968 en su congregación, fundada por el sacerdote Théodore Ratisbonne en 1847 en París, llegando a su país en 1890. Tras enseñar durante cuatro años en una escuela parroquial, realizó estudios de Teología, Política e Historia Económica, incluyendo un año formativo en Tierra Santa. Su ministerio se amplió con el trabajo en una red ecuménica de Justicia y Paz, así como con personas sin hogar.
En 1990, junto con otra hermana australiana, fundó una misión de su congregación en Filipinas, donde vivió durante 20 años en una zona rural. Su labor incluyó la colaboración con catequistas laicos, la creación de una ONG centrada en el empoderamiento de mujeres rurales pobres y la participación activa en las Misioneras Rurales de Filipinas. Elegida superiora general en 2010, regresó a Filipinas al concluir su primer mandato en 2017. Sin embargo, fue reelegida en 2022 y actualmente está cumpliendo su segundo mandato, que finalizará en julio de 2028. En su primera entrevista como la ‘jefa’ de las religiosas a nivel mundial, la hermana de 79 años revisa con Vida Nueva el pasado, presente y futuro de la Iglesia.
PREGUNTA.- Las religiosas del mundo la han elegido como su máxima representante. ¿Cómo acoge este nuevo servicio? ¿La convierte este nombramiento en una de las mujeres más influyentes de la Iglesia en la actualidad?
RESPUESTA.- La UISG reúne a más de 1.900 superioras generales de 100 países, que representan a más de 600.000 religiosas. Fui elegida por la Junta de la UISG, que intenta garantizar una amplia representación geográfica, ¡pero en realidad no fueron todas las religiosas del mundo las que me eligieron! Como anteriormente ya había sido miembro de la Junta, estaba familiarizada con su funcionamiento, pero no esperaba que me eligieran presidenta. El cargo tiene ciertamente un perfil dentro de la Iglesia, pero creo que es más perfil que influencia. Esperemos y veremos.
Prioridades amplias
P.- ¿A qué urgencias le gustaría responder como presidenta de la UISG?
R.- La UISG tiene un plan estratégico para los próximos seis años. Mi papel es vigilar la aplicación de las prioridades que se han establecido. Son prioridades amplias, pero su objetivo básico es animar a las religiosas a ocupar su lugar dentro de la Iglesia, a ser esa voz profética que la vida religiosa está llamada a ser, llegando a los que no tienen voz, hablando por ellos y sirviendo a los vulnerables de este mundo.
Para apoyar a sus miembros, la UISG organiza un gran número de cursos, talleres y eventos para superioras generales, miembros de la vida consagrada y, en ocasiones, colaboradores laicos, sobre temas que van desde el acompañamiento espiritual y la sinodalidad hasta la defensa, la salvaguardia, la comunicación, los niños y la educación, entre otros. La Junta de la que formo parte dirigirá la implementación del plan, y yo me veo operando dentro de ese equipo.
P.- ¿Cuáles son los principales desafíos de la vida consagrada femenina hoy?
R.- Uno de los principales retos es que en algunas partes del mundo el número de religiosas está disminuyendo, pero no las necesidades. En el pasado, las congregaciones creaban instituciones que respondían a las necesidades de la sociedad. Esto era lógico en el siglo XIX: había enormes lagunas en educación, sanidad y servicios sociales, y dado que los gobiernos no se ocupaban de estos ámbitos, los religiosos dieron un paso al frente y las crearon.
Hoy, los gobiernos y las ONG disponen de recursos que los religiosos o la Iglesia a nivel local ya no tienen. Así que tenemos que apartarnos del viejo modelo y explorar modos de colaboración para desempeñar esos ministerios. Este cambio conlleva nuevos retos, cuyas soluciones requieren a menudo una cierta dosis de creatividad. En algunos lugares, como en zonas de África, Asia y América Latina, sigue habiendo reticencia al cambio y se tiende a seguir creando escuelas, hospitales o clínicas.
Aunque algo de eso es muy válido, debemos reflexionar antes de decidirnos a crear nuestros propios establecimientos, y preguntarnos: ¿deberíamos hacerlo nosotros mismos, o dejar que los gobiernos lo hagan? Pensamos que debemos actuar dentro de las estructuras existentes. Puede que se trate de estructuras gubernamentales o semigubernamentales, que funcionen bien o no tan bien como deberían. Así que puede que tengamos que animarlas a responder realmente a las necesidades de la gente y encontrar nuevos enfoques creativos para abordar esas necesidades.
P.- En medio del Jubileo, sobre la reducción del número de religiosas y la edad avanzada, ¿cuáles son hoy las razones para la esperanza de la vida consagrada?
R.- El mensaje del Jubileo es de esperanza, pero por supuesto la esperanza es un hilo conductor constante en nuestro camino de fe. Con el envejecimiento de las religiosas, sobre todo en el mundo occidental, un motivo de esperanza es que, las de avanzada edad están mostrando el camino a seguir a diversos grupos, incluidas las religiosas más jóvenes.
Otro motivo para la esperanza es que, en el Sur global, donde la Iglesia es más joven, hay muchas vocaciones. Puede que algunas de ellas no se mantengan, pero, no obstante, el hecho de que mujeres y hombres sigan optando por la vida consagrada, es una fuente de esperanza. Hemos dejado atrás los comienzos del siglo XX en la que el número de religiosos creció, pero la voz profética es típicamente una voz pequeña, no una mayoría de personas, así que la esperanza es que las personas consagradas que hay sigan siendo una voz profética dentro de la Iglesia.
P.- ¿Cuáles son los caminos a transitar por la vida consagrada?
R.- Espero que la vida consagrada pueda seguir el camino de ser una voz profética dentro de la Iglesia y dentro de la sociedad. Tenemos que mostrar al mundo que la vida es algo más que el aquí y el ahora, que existe una realidad espiritual. Dar testimonio de la presencia de Dios en nuestro mundo es un papel muy importante para las religiosas, y en cierto sentido eso es ser profético en nuestro mundo actual. Pero cuando digo profético también me refiero a seguir lo que el Evangelio exige de nosotras: ser la voz de los vulnerables y asegurarnos de que haya opciones para los pobres.
Presidenta de la UISG. La australiana Oonah O’Shea, superiora general de las Hermanas de Notre Dame de Sion. Foto: UISG
P.- La vida religiosa ha reflexionado mucho sobre el liderazgo. ¿Cómo se autodefiniría como líder?
R.- Un buen liderazgo en cualquier ámbito de la vida es aquel que saca lo mejor de las personas. Eso significa trabajar en colaboración y no presentarse como la respuesta a todo. El buen liderazgo une a las personas, para que trabajen en cooperación, no por la gloria personal, sino por el bien común.
De Bergoglio a Prevost
P.- Jorge Mario Bergoglio y Robert Francis Prevost son los dos últimos papas y ambos religiosos. ¿Está de moda la vida consagrada?
R.- Ambos fueron elegidos papas por ser quienes eran. Como hombres procedentes de congregaciones religiosas, aportan esa experiencia a su papado, lo que es bueno desde la perspectiva de los religiosos. Si eso es un asunto de moda o no, no lo sé.
P.- ¿Qué frutos deja el papado de Francisco en la Iglesia y en el mundo?
R.- En primer lugar, su compromiso con el medio ambiente. Luego su compromiso con la inclusión, que la Iglesia esté abierta a todos, independientemente de quiénes sean o cuál sea su orientación; este es un gran fruto de su papado. Esa inclusión se refleja en su deseo de que la Iglesia sea una Iglesia sinodal que escuche la voz de todos. El último Sínodo en particular, que promovió la sinodalidad dentro de la Iglesia, es su gran legado.