De un día para otro, la localidad murciana de Torre Pacheco se ha erigido en el kilómetro cero de algo más que el debate sobre el fenómeno migratorio. La paliza a un jubilado en la localidad murciana, propinada por un joven de origen magrebí, se ha convertido en la excusa de los movimientos de ultraderecha para agitar una campaña de criminalización a golpe de bulos. La ira generada en las redes sociales se tradujo de inmediato en protestas y violencia en las calles auspiciadas por Vox y en disturbios promovidos por grupos de radicales, que abanderaron lo que han denominado como “cacerías” contra los musulmanes, desencadenando batallas campales nocturnas que se han sucedido durante varios días.
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Los vecinos certifican que estos lamentables altercados no se corresponden con la convivencia en paz que se respira en el día a día y el reconocimiento a su aportación al crecimiento económico del lugar. Las estadísticas confirman que, ni mucho menos, se ha disparado la delincuencia en la localidad en estas décadas de transformación hacia una sociedad más diversa y plural.
Así pues, esta manifiesta integración efectiva y afectiva de los ciudadanos extranjeros, con los desajustes propios de una realidad cada vez más multicultural, genera una alerta todavía mayor sobre cómo se ha podido convertir en un polvorín de violencia y xenofobia. O lo que es lo mismo, supone una llamada de atención sobre cómo puede llegar a calar un relato tergiversado, alimentado con bulos y desde la propaganda del miedo para desestabilizar a todo un pueblo minando la convivencia, logrando un eco mediático global y alimentando un siempre infundado racismo.
La Iglesia, tanto a pie de calle en Torre Pacheco como desde el punto de vista institucional, no solo ha rechazado la violencia, venga de donde venga, sino que se ha desmarcado de cualquier mínimo desprecio y del injustificable brochazo de las deportaciones masivas. Sin embargo, al igual que las administraciones públicas, no puede dar tregua para evitar que los discursos xenófobos se cuelen, lo mismo en una parroquia que en un seminario, en un colegio o en cualquiera de las obras apostólicas que lidere.
Imperativo evangélico
Y eso solo se consigue derribando las barreras de la discriminación en lo cotidiano, en esa cultura del encuentro que se forja en el compartir del día a día, más allá de proyectos de sensibilización y de integración que deben reforzarse. Acoger, proteger, promover e integrar al migrante no es solo un programa de un pontificado a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia. Es el imperativo evangélico del forastero hecho próximo, es el mandamiento del amor de Jesús.