El día de la comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados el pasado miércoles saltó a la oficialidad lo que ya se sabía desde hacía mucho tiempo, aunque había quedado en una sombra más o menos espesa: que la familia política del presidente del Gobierno había vivido –no sé si aún lo hace– del negocio de la prostitución, incluido él mismo, cuya carrera política o algunas de sus posesiones se habían construido sobre esa base.
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Más allá del terreno moral y ético –llámese pecado, injusticia o falta de humanidad–, lo que se critica de Sánchez es su falta de coherencia. En efecto, no parece lo más edificante proclamarse adalid contra la prostitución, proponiendo incluso abolirla ahora, y, a la vez, haber estado viviendo en cierto modo de ella.
En la Escritura, el libro del Levítico prohíbe la prostitución: “No profanarás a tu hija prostituyéndola: se prostituiría la tierra y se llenaría de indecencias” (19,29); “Si la hija de un sacerdote se prostituye y se profana, a su padre profana; será quemada” (21,9). No obstante, la historia de Israel ofrece múltiples ejemplos de cómo la prostitución, a pesar de ser una actividad prohibida, siguió ejerciéndose. Sin ir más lejos, uno de los jueces de Israel es hijo de una prostituta: “Jefté, el galaadita, era un guerrero valiente. Galaad le había engendrado de una prostituta. La esposa de Galaad le había dado también hijos” (Jue 11,1-2). Incluso, ya en la época del Nuevo Testamento, asistimos con naturalidad a la presencia de prostitutas en el discurso de Jesús: “Jesús les dijo: ‘En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios’” (Mt 21,31).
Traición al amor verdadero
Pero, probablemente, más importante es la utilización de la prostitución como símbolo religioso: los profetas –empezando por Oseas– emplearon la imagen de la prostitución como figura del comportamiento de Israel con su Dios; el abandono de Dios –“esposo” de Israel– se ve como una infidelidad por parte del pueblo. Ezequiel lo dice de modo muy gráfico: “Pero tú [Jerusalén], confiada en tu belleza, te prostituiste; valiéndote de tu fama, prodigaste tus favores y te entregaste a todo el que pasaba. Con tus vestidos adornaste lugares de culto [cananeos] con vivos colores, y en ellos te prostituías [es, decir, participabas en esos cultos]” (16,15-16; este capítulo 16 y el 23 son enormemente descriptivos a este respecto).
Para la Biblia, la prostitución es mala sobre todo por lo que implica de imagen de traición al amor verdadero, que es Dios. Hoy, nuestra sensibilidad moderna tiene en cuenta sobre todo la dignidad humana. Pero ¿puede hablar de dignidad humana cualquier persona?

