Javier Cercas, ateo declarado, ha escrito –sin pretenderlo– uno de los libros espiritualmente más desafiantes de nuestros tiempos. ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ no es una biografía del papa Francisco, ni una crónica de viaje, ni un ensayo sobre el Vaticano; es, por encima de todo, un espejo: uno que nos devuelve una imagen insólita de lo sagrado en una época que lo ha desterrado al margen. Libro que arde en preguntas más que en respuestas, y en ese fuego –entre el escepticismo y la admiración– se alumbra algo más importante que una historia: una visión.
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Y como toda visión auténtica, inquieta.
Ahora, muerto Francisco, esta visión es necesario no olvidarla. Lo que Cercas no sabía —quizá ni los mismos vaticanistas lo sabían— es que estaba escribiendo una especie de testamento indirecto, que podría leerse como una brújula espiritual para la Iglesia huérfana de un pastor muy querido, incómodo y audaz. Un texto profético escrito por un no creyente que, como los antiguos profetas, ve lo que muchos quizás no distinguen.
Porque lo que ‘El loco de Dios’ retrata no es solo la figura de un papa argentino que evitó España y París, sino la silueta desdibujada de una Iglesia en búsqueda de su alma. Una Iglesia que, tras la muerte de Francisco, no debe volver al mármol ni a las plumas doradas sin traicionar el corazón evangélico que late aún, tenaz, sobre todo en los márgenes del mundo.
1. La periferia como centro
Uno de los legados más radicales de Francisco —y que Cercas percibe incluso desde su incredulidad— es el desplazamiento del eje: de Roma al Congo, de Madrid a Ulan Bator (Mongolia), de las catedrales al polvo de las misiones olvidadas. Esa geografía espiritual, que se mide no por PIB ni por número de bautizados, sino por la autenticidad del testimonio cristiano, debería ser un mapa para el futuro.
En España, donde la Iglesia urge aprender de las “iglesias pequeñas y pujantes” que deslumbran a Cercas: no por su poder, sino por su vulnerabilidad, por su capacidad de encarnarse en lo pobre, lo marginal, lo herido.
¿Y si el verdadero renacer no llegara solo desde los episcopados, sino desde los “locos de Dios” que ya están entre nosotros, invisibles y tercos, sirviendo en parroquias sin templo, en hospitales sin cruces, en escuelas sin recursos?
El escritor Javier Cercas, durante la presentación de su libro ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ en el Instituto Cervantes
2. El escándalo de la fe encarnada
El gran drama que recorre el libro de Cercas no es solo el del Vaticano, sino el suyo propio: el de un hombre que no cree, y sin embargo no puede dejar de asombrarse ante quienes sí creen. ¿Qué impulsa a un misionero italiano a pasar veinte años entre el hielo y la estepa? ¿Qué sostiene a una monja que se levanta cada día para atender a los leprosos del cuerpo y el alma?
Esa pregunta —la que Cercas lanza desde su agnosticismo literario— debería ser también la pregunta de una Iglesia rutinizada. Preocupada más por llenar plazas que por iniciar procesos de fe y evangelización (con sinodalidad asumida) ¿Por qué y cómo hacemos lo que hacemos? ¿A quién seguimos realmente?
Tras la muerte de Francisco, quien insistió hasta el final en una fe encarnada, Cercas, sin quererlo, nos grita que la única fe que tiene sentido hoy es la que se traduce en una vida entregada, en una coherencia que interroga al mundo sin condenarlo.
3. España y el vértigo del vacío
Francisco nunca vino a España. Fue una omisión que aún duele a muchos, pero que, vista desde la perspectiva del libro, tal vez encierre una advertencia silenciosa: la Iglesia española, poderosa y temida en otros tiempos, quizás necesita menos visitas papales y más conversiones del corazón.
Lo que ‘El loco de Dios’ insinúa, entre líneas, es que lo que está en juego no es una estrategia pastoral, sino una metamorfosis espiritual. El relevo ante la muerte de Francisco nos coloca en la hora de la verdad: o la Iglesia en España se descentraliza, se desinstala, se purifica, pone a los pobres en el centro o se arriesga a convertirse en una reliquia litúrgica. Y esa transformación no vendrá tanto de determinadas jerarquías u órganos episcopales, sino de los “Fazzinis” (responsable vaticano que propuso a Cercas escribir sobre la visita del Papa Francisco a Mongolia el libro) que ya caminan entre nosotros: laicos, religiosos, jóvenes y ancianos que siguen creyendo en lo esencial.
4. La paradoja del testigo no creyente
Lo más fascinante del libro es que es Cercas, el ateo, quien nos recuerda el poder del Evangelio. Lo hace sin pretenderlo, sin ponerse de rodillas ni jugar a la conversión sentimental. Pero en su perplejidad, en su respeto, en su búsqueda, hace más por el alma de la Iglesia que muchos (excesivos) discursos episcopales.
Y eso, tal vez, sea lo más profético de todo: que quienes ya no creen sean capaces de vislumbrar el fulgor que muchos creyentes han olvidado. Que la voz de los de fuera nos recuerde que fuimos llamados a ser sal y no institución, luz y no trono.
Epílogo: después de Francisco
Quedará su herencia como una herida y una promesa. ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ es un recordatorio para el nuevo papa y toda la Iglesia de esa herencia viva: una Iglesia pobre, itinerante, que se arrodilla ante los últimos y no se avergüenza de servir.
Quizá el futuro no pertenezca a quienes mandan, sino a quienes aman. Y tal vez –como le ocurre a Cercas– volveremos a creer no porque nos convenzan, sino porque alguien, en el fin del mundo, sigue viviendo como si el Evangelio fuera verdad.
