No es que me haga mayor y esté preparando mi camino hacia la meta, que quizás también. Hace ya un tiempo que doy vueltas y me pregunto sobre la santidad. Esta mañana se lo comentaba a cuatro sacerdotes de entre 30 y 50 años, mientras hablábamos de evangelización por medio de la Palabra de Dios. Hubo un silencio por lo inesperado de la pregunta.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Las respuestas suelen ser variopintas. Unos piensan en una escalada a la perfección; otros en una entrega desmedida; alguno en una vida moral irreprochable, conseguida a base de esfuerzos voluntaristas, como si de un entrenamiento deportivo se tratara; otros en un recogimiento que te haga pensar siempre en Dios u honrarle siempre; algún otro cree que es apartarse, de una u otra manera, de este mundo; también están los que piensan que es vivir según los valores, evangélicos para unos y espirituales para otros; finalmente, es estar continuamente luchando contra nuestra tendencia al pecado. Pero en todas estas respuestas hay demasiadas indefiniciones.
Mi anciano acompañante, con el que confieso mis pecados y también mis dudas, al que le hago sonreír mientras me pierdo en disquisiciones varias, cuando le hice esta pregunta insistente, me dijo sin vacilación que la santidad es dejarse arrebatar por el amor de Dios. Vamos, pienso yo, algo así como el profeta Elías, que fue arrebatado en el carro de fuego. Silencio. Pero es la respuesta que más me satisface. Enamorarme del que se ha enamorado primero de mí. Yo siempre he creído que la fe o es una historia de amor o es una idolatría. Y el amor lo debemos definir bien, porque si no las idolatrías se cuelan por las rendijas.
El amor permanece
Cuando contemplamos el canto al Amor de la primera carta de san Pablo a los Corintios, en su capítulo 13, descubrimos el más exigente examen de conciencia. Pero el examen más corto es preguntarme cada día al anochecer: ¿he servido o me he servido? Yo con esto tengo suficiente, es una manera de ahuyentar toda clase de idolatrías, porque incluso si sirves a los demás para servirte a ti mismo no has amado.
La santidad es acoger el amor que Dios nos tiene y expandirlo por todos los rincones sin esperar nada a cambio. Amor derramado en la vida y en la cruz de su Hijo y en los dones del Espíritu Santo, que empuja la barca de la Iglesia, donde nos movemos todos, como si de un viento creativo se tratara. Amor derramado, amor acogido, amor correspondido, amor servido, amor entregado. Todo pasa, el amor permanece, lo demás pueden ser indefiniciones.
¡Ánimo y adelante!
