Hoy hace 22 años una cicatriz de mi cuerpo. No me duele. Se ve poco. Un poco más cuando me da el sol. Al tacto sí es más evidente. Es lo que suele ocurrir con las heridas: cuando curan bien, cicatrizan. No desaparecen, pero tampoco duelen. Sólo nos recuerdan que algo pasó, que podría haber sido grave pero no lo fue.
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Así ocurren las cosas. La ética y la antropología cada vez definen al ser humano más como un ser vulnerable, es decir, un ser que es “herible” (del latín ‘vulnus’, herida) y que, por tanto, también puede herir. En otras épocas se prefería definir al ser humano como un ser racional, relacional, social, autónomo… Todo ello es cierto, aunque la pregunta es qué nos define en mayor medida.
Por este lado del mundo acabamos de iniciar el período vacacional. Trabajemos o no, los ritmos se relajan, se diversifican. El clima también ayuda a cambiar hábitos, horarios, momentos de encuentro y descanso. Como todo cambio de etapa, de alguna manera, hacemos cierto repaso de lo vivido, evaluamos, proyectamos por dónde queremos seguir y cómo. En este tomar en manos la propia vida, no es extraño palparse también las posibles heridas. Creo que no es una mala práctica. Puede que no se vean a primera vista pero cada cual sabe lo que ha ido acumulando en los últimos meses y por dónde ha sido herido o ha dañado a otros. Conectar, tomar conciencia y poner nombre nos hace ganar en libertad, nos ayuda a buscar herramientas para protegernos y cuidarnos mejor, para buscar lo que necesitemos para cicatrizar y no empeorar lo vivido.
Pero, además, palparnos las heridas tiene un potencial enorme. Tal como canta un precioso himno litúrgico canta: “La gracia está en el fondo de la pena, y la salud naciendo de la herida”. Seguramente, porque no hay manera de curar si no partimos de lo enfermo, de lo dañado, de lo más frágil. Y con el tiempo poder palparse y decirnos: “ya pasó, fue duro, ha curado, estoy bien”. O quizá: “ya pasó, lo siento, perdóname, espero que estés bien”.
Convertir en salud
Si, de paso, somos capaces de enviar un mensaje, hacer una llamada o tomar un café con las personas que nos han herido o hemos herido, mejor que mejor. Será una nueva ocasión de convertir en salud lo que podría habernos lanzado al lado del camino enfermos, resentidos, solos, dejando que el mal recibido o el mal hecho, crezca y se enquiste, no deje de sangrar y contamine todo lo demás. Otras veces nos hiere la vida, las circunstancias, el paso del tiempo o nuestra propia torpeza para gestionar la realidad. No importa. A veces solo la propia saliva es el mejor remedio para mirarnos con compasión y seguir adelante.
Hagamos lo que hagamos este verano, ojalá sea un tiempo propicio para crecer, para seguir viviendo y eligiendo la vida, portadores de salud y no de conflicto y sufrimiento. Porque sí, es verdad, somos sumamente heribles, pero también somos enormemente capaces de curar y curarnos.