Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Celebrar la independencia: lecciones patrias de Bergoglio


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Las sucesivas celebraciones de independencia de algunos países de América Latina, en el último semestre del año, merecen un comentario, y aprovechando la oportunidad de profundizar el legado del primer papa latinoamericano, qué mejor manera que con algunos escritos de Jorge Mario Bergoglio, en su época de Arzobispo de Buenos Aires.



Y no, no será un comentario sobre las discusiones estériles de la colonia, la conquista, lo que hicieron, lo que perdimos, o lo que ganamos, sino lo que hacemos, lo que perdemos, lo que no hemos alcanzado en el siglo XXI, en esa lógica de vivir el hoy, el momento presente.

La identidad desde el bien común

Lo primero es la conciencia de la identidad, lo que somos. La herencia de algo recibido, pero también una decisión personal y común, es decir, un conglomerado de hechos y situaciones que han configurado nuestra forma de ser, pero que son además el impulso para ser distintos y mejores. Doscientos años después no es posible seguir culpando a los españoles de las tragedias contemporáneas de América Latina.

Ya que, la historia, la memoria, la tradición no son un peso. Bergoglio insistía en decir: “Somos personas históricas. Vivimos en el tiempo y el espacio. Cada generación necesita de las anteriores y se debe a las que la siguen. Y eso, en gran medida, es ser una Nación: entenderse como continuadores de la tarea de otros hombres y mujeres que ya dieron lo suyo, y como constructores de un ámbito común, de una casa, para los que vendrán después”. Nada fácil. Leer la vida y la historia desde lo compartido.

El futuro papa proponía una reflexión con una serie de preguntas que me atrevería a plantear en todos los países del continente — o al menos para los venezolanos, por quien puedo hablar — que describen en mucho y en poco, parte de nuestra realidad:

“¿No hemos sufrido las consecuencias de un modelo de país armado en torno a determinados intereses económicos, excluyente de las mayorías, generador de pobreza y marginación, tolerante con todo tipo de corrupción mientras no se tocaran los intereses del poder más concentrado? ¿No hemos formado parte de ese sistema perverso, aceptando en parte sus principios – mientras no tocaran nuestro bolsillo–, cerrando los ojos ante los que iban quedando fuera y cayendo ante la aplanadora de la injusticia, hasta que esta última prácticamente nos expulsó a todos?”, se preguntaba.

Libertad

El trabajo común de un proyecto grande de Nación

La gran tarea, entonces, es echarse “la patria al hombro”, y con ella, la responsabilidad de hacer algo ante las nuevas esclavitudes, sabiendo que “la reconstrucción no es tarea de algunos sino de todos”.

Y yo diría, la independencia no es, ni fue tarea de algunos, sino de todos, siempre y cuando se entienda qué es lo que hoy oprime, esclaviza, y menoscaba la dignidad de nuestros pueblos, esos que insisten en sostenerse sobre la división, la segregación, la polarización y alimentan su ego desde el resentimiento colectivo. Los populismos, que hacen mucho ruido, pero no construyen la mejor historia, sino solo recuerdos tristes y dolorosos.

Por tanto, la independencia siempre será necesaria como un proyecto común, responsable, civilizatorio, emancipador de los autoritarismos del yo con visión de gueto, en ideales comunes, positivos, de bien, de justicia, de libertad y, sobre todo, de solidaridad, en clave de fraternidad y amistad social.


Por Rixio  Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey.

Citas: Jorge Mario Bergoglio (2006). Educar, exigencia y pasión. Editorial Claretiana.
Imagen: Generada por IA.