África está retrocediendo. No es que se haya detenido, es que está retrocediendo. Es culpa de las guerras que acaparan los recursos para los países más frágiles. Las mujeres y los niños son los que están más en riesgo. La salud de las mujeres siempre está en peligro”. Son las palabras de Chiara Maretti, obstetra de 48 años que vive desde hace tres en Sudán del Sur. Trabaja para “CUAMM, Medici con l’Africa”, una ONG volcada en prestar servicios sanitarios en los países del África Subsahariana.
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En muchas ocasiones, el padre Dante Carraro, director de CUAMM, que desde que estallaron las guerras de Ucrania y de Israel y Gaza, el gasóleo en Sierra Leona ha subido de 8.000 a 22.000 leones al litro. El resultado es que las ambulancias funcionan de manera intermitente porque no llega el dinero para el combustible. Así, decenas de madres se quedan sin su cesárea de emergencia, por ejemplo. Cuenta además Carraro que muchos niños en Karamoja, una región de Uganda, están muriendo de desnutrición.
O que, en Tanzania, otro país donde opera CUAMM, el precio de los medicamentos para la diabetes es el triple de lo que era hace un año. En el hospital de Wolisso, en Etiopía, el coste de un par de guantes estériles llega a alcanzar el euro y cada día se utilizan cientos de ellos. “Son costes insostenibles para unos países tan pobres. En Sudán del Sur, el gobierno ya no es capaz ni de pagar los salarios porque los fondos de los donantes internacionales se han destinado a otros fines”, lamenta Chiara Maretti. Las historias de quienes trabajan con CUAMM siempre son extraordinarias, como la de la propia Chiara.
El parón del ébola
“En Italia he trabajado como obstetra en Como y en Monza. Durante mis prácticas, trabajé en un pequeño dispensario en medio de la nada en Kenia. Aquella fue mi primera vez en África. En 2014 me fui con CUAMM a Sierra Leona. Y entonces estalló la primera epidemia de ébola y tuvimos que quedarnos allí”, narra.
PREGUNTA.- ¿Qué recuerda del ébola?
RESPUESTA.- El total aislamiento en una África donde el contacto humano lo es todo. Aquí los saludos duran un cuarto de hora, te das la mano, te abrazas, te vuelves a dar la mano… son ritos importantísimos. Con el ébola todo eso se detuvo en seco y se cerraron los mercados y las escuelas. Yo en el hospital no podía siquiera coger en brazos a los neonatos. Lo pasé mal porque en cuanto entro en pediatría lo primero que hago es llevarlos en brazos uno por uno.
P.- ¿Cuándo llegó a Sudán del Sur?
R.- La primera vez en 2015 para enseñar en la escuela de obstetricia inaugurada por CUAMM. Luego tuve que volver a Italia y me fui a trabajar a una clínica privada en Suiza, pero no duré mucho. De ahí me fui al Kurdistán donde, durante dos años, trabajé en salud reproductiva en campos de refugiados. Estando allí, el padre Dante Carraro me llamó para pedirme que regresara a Sudán del Sur y desde hace tres años soy la responsable de la misión en el país.
P.- ¿Cuáles son las mayores dificultades que percibe en Sudán del Sur?
R.- La inestabilidad política que afecta a todo lo demás. Y eso genera una pobreza extrema, absoluta, de la que ya ni se habla. Si tenemos en cuenta que apenas se habla de Sudán, donde hay una guerra, y que casi todo el mundo confunde ambos países… Se estima que más de 700.000 refugiados han llegado desde Sudán, huyendo, irónicamente, hacia este país que –según los últimos datos– es el más pobre del mundo y uno de los que presenta una mayor mortalidad materna e infantil.
Aunque recientemente, hemos celebrado un importante hito importante: seis meses sin mortalidad materna en los tres hospitales en los que está presente el CUAMM. En cualquier otro país ni siquiera se hablaría de ello, pero aquí es un gran éxito. En Italia tengo colegas que se jubilan después de 40 años sin haber presenciado jamás la muerte de una mujer durante el parto. Son afortunados. Ahora bien, el desafío es no dejarnos aplastas por estas dificultades porque, muchas veces, parece como si todo el tiempo estuviéramos empezando desde cero. Necesitamos fijarnos en los resultados a largo plazo.
P.- ¿Cómo hace para no dejarse arrastrar por las tragedias de las que es testigo?
R.- Es como intentar vaciar el mar con una cucharilla. Pero cada cucharadita tiene un nombre y un apellido, es una vida. Si en los tres años que llevo en Sudán del Sur hubiera podido salvar solo a una sola madre, habría valido la pena. Nunca debemos perder de vista por qué estamos aquí. Tengo una fórmula mía, un poco loca y muy personal: ir al hospital, a servir, incluso los sábados y domingos que no debería estar trabajando. Necesito ver a los pacientes, necesito mantener los pies en la tierra y ver y sentir por qué estoy aquí.
El cansancio del donante
P.- La guerra roba recursos para la salud de las mujeres en conflictos como los de Ucrania o Gaza, ¿cuál de estos dos conflictos se refleja en mayor medida en la situación de las mujeres en África?
R.- No puedo decir cuál de los dos es peor porque la consecuencia evidente que vemos y vivimos aquí es que la mayor parte de los fondos internacionales se han desviado. Esas guerras se perciben como emergencias mientras que nuestras situaciones se definen como crónicas y, por eso, desde el comienzo de la guerra en Ucrania ha habido un frenazo en la llegada de fondos. Pero el golpe de gracia para nosotros ha sido Gaza porque el dinero llega a cuentagotas. Es la llamada ‘donor’s fatigue’, el cansancio del donante, para el que África es ya una causa perdida.
P.- ¿Cuál es la situación en Sudán del Sur?
R.- Dramático. Durante diez años, hasta 2023, recibimos financiación de un fondo liderado por los gobiernos británico y canadiense. Ahora este país, que no tiene recursos propios, recibe fondos de un proyecto del Banco Mundial, a través de UNICEF, pero el presupuesto asignado a las ONG es menos de la mitad de lo que teníamos hasta el año pasado. Así que las organizaciones no tienen otra opción que recortar el personal existente como médicos, matronas, personal expatriado…
P.- ¿Esto cómo afecta a sus hospitales?
R.- Afortunadamente, el sistema CUAMM se mantiene gracias a una serie de donantes, muchos privados, que marcan la diferencia. Además, esta ONG siempre ha invertido mucho en recursos humanos, gente que no viene a trabajar en lugar de los africanos en los hospitales, sino que trabaja con colegas locales. Todo está centrado en la formación, una buena fórmula y también complicada. Tenemos dos escuelas para matronas que son el elemento vital del sistema.
Lo más fácil hubiera sido venir aquí y construir un hospital desde cero con expatriados que hacen que el mecanismo funcione de maravilla, pero este modelo no hace que crezca el continente ni mucho menos el sistema sanitario local. Nosotros, dentro de los hospitales públicos, tenemos que respetar una serie de dinámicas complicadas. Y también lidiamos con la escasez de medicamentos porque recibimos cada vez menos. Cada mes el CUAMM tiene que intervenir con fondos propios para garantizar que lleguen en cantidad suficiente. En otros hospitales, las mujeres que deben someterse a una cesárea tienen que comprar sus propias gasas y suturas.
P.- ¿Qué se puede hacer?
R.- Seguir creyendo en este magnífico continente. Veo obstetras recién licenciadas trabajando en hospitales. En centros de salud perdidos en medio de la nada, me encuentro con un ex alumno que quizás vive en una choza de barro, pero que está trabajando con una sonrisa. Tengo muy buenos colegas africanos: cirujanos y obstetras de primer nivel. Lo sorprendente es que se formaron en sus propios países, como Uganda o Kenia. Esto es lo que me da fuerza y esperanza.
*Entrevista original publicado en el número de febrero de 2025 de Donne Chiesa Mondo.